Para este Gobierno los únicos muertos que importan son los del franquismo
Nos está pasando como a un gitano de bastón y pañuelo al que camelo bien, un señor de la cabeza a los pies curtido en las penurias de la posguerra, pero siempre maqueado y oliendo a Agua Brava, que se tiró de cabeza en una olla de berza durante una reunión de cabales. El hombre, currista de los que siempre llevan una mata de romero en el ojal, estaba eufórico por el triunfo del Faraón que se festejaba en aquella mesa, así que cuando vio las generosas teleras que había, de miga blanca y espesa, se arrojó a navegar sobre ellas a la deriva por las profundidades del guiso, al que aún le bullían los calores como si los garbanzos
fueran grumos de lava. Cuando se vino a dar cuenta, se había zampado la olla entera y los vapores le estaban saliendo por las orejas. Y en un ay musitado con los huesos de todo su cuerpo, sentenció mientras se abanicaba los reflujos que atravesaban su pecho: «¡Dios mío, no me mató el hambre y me va a matar la comida!».
A quienes no nos ha matado el virus nos va a matar la salud, que conservamos a cambio de miseria. Las colas en los comedores sociales en busca de un borbotón de lentejas son cada vez más angustiantes y, en muchos casos, han desaguado en la metáfora del ruido de las cacerolas vacías. El vicepresidente de la Comisión Europea, Valdis Dombrovskis, le ha pedido a España que actúe urgentemente contra la crisis y vaticina que seremos uno de los países que más ayuda necesitará. Pero mientras el estómago ibérico pide pan, el del Gobierno está liberando bilis para consumar su programa velado. No nos mató ETA y nos va a matar su blanqueo político. Ya estábamos amoratados por el conciliábulo navarro y por el palo que le dio a la dignidad de los españoles el discurso de Mertxe Aizpurua durante la investidura de Pedro Sánchez, a quien apoyó con frases como esta: «Ustedes son la única oportunidad del Estado para resolver la situación de Euskal Herria y Cataluña. Son el último tren hacia la última estación». El socialista está hoy en La Moncloa gracias a los herederos de las pistolas, con quienes avanza hacia la última estación de la democracia. Sánchez ha promovido un conato de legitimación social de los bilduetarras acordando en secreto la derogación de la reforma laboral de Rajoy. Los presentó como luchadores por los derechos de los trabajadores la misma noche que los borrokas ultrajaban la casa de la líder socialista vasca, Idoia Mendia. No importa que la medida suponga una hecatombe económica ni que la haya repudiado su vicepresidenta Calviño. El presidente está secuestrado por un copiloto que va decidiendo la ruta: paga para todos, censura, control de la televisión pública y del CNI, veto al turismo, persecución a los empresarios, la Justicia en manos del Ejecutivo, prohibiciones a mansalva, normas hasta para ducharse, maquillaje demoscópico a brochazos, colaboración con los separatistas... Ruina.
Si no nos mata la neumonía del coronavirus, nos matará la asfixia de la economía. Y si no acaba con nosotros la quiebra, nos dará la puntilla la pérdida de libertades. La propia Comisión Europea ha dicho ya que la gestión de España es un desastre que nos va a tener hipotecados hasta sabe Dios cuándo y a tenor de los acuerdos políticos tiendo a pensar que todo esto es aposta. Este caos es premeditado con el objetivo de anular nuestra capacidad crítica. Pero además nos maltrata como víctimas del coronavirus y como víctimas de ETA. Porque a este Gobierno sólo le importan los muertos del franquismo.
Aquel gitano currista lo bordó: España venció al subdesarrollo y va a ser derrotada por el «progreso».......Alberto García Reyes
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