Viendo Aló Presidente se echa de menos a Karl Popper dando un tirón de orejas
Recomendar cosas me resulta un poco pretencioso, porque cada persona tiene sus respetables y libérrimos gustos. Pero me atrevo con «El atizador de Wittgenstein», un libro infalible que escribieron a principios de siglo David Edmons y John Eidinow. Los hechos que relata duraron solo diez minutos. Recoge el primer y último encuentro de dos gigantes de la filosofía, el flamígero, iconoclasta y atractivo Ludwig Wittgenstein, con su mata de pelo rebelde, su mirada ardiente y su camisa desabotonada; y su paisano Karl Popper, también judío vienés, de porte achaparrado, orejas Dumbo y convencional aspecto burgués. La justa se produjo el 25 de octubre de 1946, en la sala H3 del King’s College de Cambridge, donde se reunía un Club de
Ciencias Morales animado por Bertrand Russell. Asunto único del orden del día: «¿Existen los problemas filosóficos?». Wittgenstein, profesor en Cambridge y vástago de una riquísima familia, aunque de vida espartana, era el ídolo local. Sus clases se abarrotaban de alumnos impresionados por su carisma refulgente (aunque usualmente no entendían nada). Popper, de clase media y terrenal aplomo, acudía en calidad de invitado.
Wittgenstein, de 57 años, era un filósofo que en cierto modo había dedicado su carrera a hacer trizas la filosofía, pues reducía sus supuestos problemas a meros puzles, acertijos casi pueriles. Tampoco reconocía unas reglas morales generales. El cuarto de Cambridge se encontraba atestado por una treintena de ávidos espectadores. Aún así, una lumbre generosa los protegía del frío inglés. En medio de su arrebatada argumentación, Wittgenstein tomó el atizador de la chimenea y comenzó a voltearlo mientras hablaba, a veces no muy lejos de la prominente nariz del pensador rival. Taladrándolo con la mirada, retó a Popper a que enunciase un principio moral. Imperturbable, su adversario respondió: «No amenazar con un atizador a los profesores invitados». Derrotado con tan simple argumento, que arrancó risas, el divino Wittgenstein abandonó la sala de un portazo.
Ojalá que el gran Popper, fantástico defensor de la democracia liberal y las sociedades abiertas, muerto en Londres hace 25 años, pudiese volver del olimpo de los pensadores y entrar en el turno de preguntas de las delirantes alocuciones de Sánchez (donde, por cierto, preguntan Radio Panchito, El Diario de Sillobre, miprimayyo.com, y cosas así, en lugar de los medios de referencia).
No hay principios morales en Sánchez. Ni siquiera principio de realidad. Iglesias afirma que se liquidará la reforma laboral ya. Calviño, que ni de coña. Preguntado Sánchez por ese Gobierno roto, responde: «No veo discrepancia alguna». En cuanto al grimoso pacto con Bildu a cambio de quince días más de poderes excepcionales, la culpa es «del Partido Popular, que ha abierto esa espita». Pero la mentira y la amoralidad están aceptadas. Aquí, ni con atizador. Si mañana volviesen a celebrarse elecciones, ganaría de nuevo Sánchez. Es el país que tenemos, enamorado de la subvención, el rencor social, la igualación a la baja y los tele-lavados de cerebro....Luis Ventoso
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