Sánchez cumple mañana dos años en el poder tras demostrar su instinto de supervivencia política y lo poco que le atan sus promesas elecorales
Tras haber sido proscrito y sufrir la hostilidad de sus muchos enemigos, todos los romanos daban por terminada la carrera del joven Cayo Julio César. Fue el dictador Sila el único que supo ver el futuro que le aguardaba a su adversario: «En César habitan muchos Marios», aseveró. Así fue porque, décadas después, superó en grandeza y poder a Mario, su tío y el gran rival de Sila.
Mañana se cumplen dos años de la votación de la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a La Moncloa. Era el 1 de junio de 2018 y España ha cambiado mucho desde aquella fecha. Los que vaticinaban que el líder socialista estaría solo unos meses al frente del Gobierno se han equivocado. Sánchez ha demostrado una capacidad camaleónica para adaptarse al
entorno y sobrevivir políticamente. Ha incumplido casi todas sus promesas, ha cambiado de aliados cuando ha sido necesario, pero sigue en el poder.
Aquel 1 de junio, cuando todavía no se conocía el desenlace de la moción de censura, Sánchez expresó en la tribuna del Congreso su firme compromiso de convocar unas elecciones generales de inmediato y adoptar medidas urgentes de regeneración de la vida política. No hizo ni una cosa ni otra.
Tan sólo seis semanas después dejó claro en una comparecencia con Macron que su propósito era agotar la legislatura y celebrar las elecciones en 2020. Se olvidó de la regeneración política, de la que nunca volvió a hablar. Por el contrario, no vaciló en colocar a sus amigos y aliados en las empresas del sector público. Y tampoco cumplió su compromiso, formulado unos meses antes, de que no toleraría como presidente del Gobierno a dirigentes que hubieran utilizado sociedades opacas para pagar menos impuestos.
Maxim Huerta, el nuevo ministro de Cultura, tuvo que abandonar su cartera al revelarse que había sido sancionado por Hacienda por incurrir en esa práctica. Pero ni Pedro Duque ni Nadia Calviño siguieron su ejemplo. Sánchez optó por mirar hacia otro lado.
La asombrosa facilidad con la que el presidente de Gobierno cambia de criterio se vio justificada por Carmen Calvo, que llegó a afirmar que una cosa era lo que decía Sánchez cuando era jefe de la oposición y otra al estar al frente del Ejecutivo. Unas palabras que recuerdan mucho lo que le comentó François Mitterrand a Revel en una cena con Ambroise Roux, el presidente de la patronal, en la que aseguró que no leía los programas de su partido y que no tenía ninguna intención de cumplir sus promesas electorales.
Cuando empezó a gobernar en el verano de 2018, Sánchez era muy consciente de que no hubiera ganado la moción de censura sin el apoyo del PNV y del independentismo catalán. Y de que su Gobierno sólo podría sacar adelante sus iniciativas en el Congreso con el apoyo de esas fuerzas políticas.
Por ello, el nuevo presidente decidió tender la mano a Quim Torra, el sucesor de Puigdemont, al que ofreció diálogo para iniciar una nueva etapa. El 20 de diciembre de 2018, el clima de distensión se escenificó con un encuentro bilateral en Pedralbes, del que salió un comunicado en el que se hablaba de una relación para solucionar «el conflicto» y se eludía cualquier referencia a la Constitución. Torra subrayó que había comenzado «la desfranquización» de España.
El acercamiento duró poco tiempo porque Oriol Junqueras y los líderes del «procés» tuvieron que sentarse en el banquillo del Supremo en febrero de 2019, dando comienzo a un largo juicio que concluiría con condenas por sedición, malversación y desobediencia. Torra y los independentistas presionarón para que el Gobierno adoptara medidas de gracia que Sánchez, consciente del alto precio de la cesión, se negó a satisfacer. Meses después, la sentencia desató una oleada de violencia sin precedentes, con grupos vandálicos sembrando el terror en las calles catalanas. Torra no sólo no repudió los incidentes, sino que les alentó.
En la primavera de 2019, la economía española todavía crecía en torno al 2% interanual y había creación neta de empleo pese a que Sánchez se vería obligado a prorrogar por segundo año consecutivo los Presupuestos de Mariano Rajoy que él calificó como «un desastre» para el país.
Antes de terminar el juicio del Palacio de las Salesas, los españoles fueron convocados a las urnas el 28 de abril. El rival de Sánchez fue Pablo Casado, que había ganado las primarias del PP el verano anterior. Las encuestas no auguraban un buen resultado para el partido con sede en la calle Génova y así fue. Tampoco Casado logró batir al PSOE en las elecciones municipales y autonómicas que se celebraron un mes después, pero su éxito en Madrid le ayudó a afianzarse en Génova tras mantener el Gobierno regional y recuperar el Ayuntamiento.
Elecciones de abril
En las elecciones de abril, el PSOE, que había perdido el poder en Andalucía tras casi cuatro décadas de hegemonía, logró 123 escaños, un resultado lejos de las aspiraciones de Sánchez, pero muy por delante de los 66 diputados alcanzados por Casado, que se tambaleó en aquellos momentos. Ciudadanos fue la tercera fuerza política con 57 asientos, aumentando espectacularmente su presencia en el Congreso.
Pese a que las bases le habían pedido en la noche del recuento en Ferraz que no pactara con Ciudadanos, Sánchez intentó convencer a Albert Rivera de que apoyase su investidura. Estaba dispuesto a aceptar un Gobierno de coalición con el dirigente de esa formación como vicepresidente. Pero Rivera dijo no. Creía que algún día le podría sustituir en La Moncloa.
Sánchez exploró también la posibilidad de un pacto con Pablo Iglesias, que había sufrido un fuerte retroceso electoral, pero no se pusieron de acuerdo. El dirigente socialista vetó al líder de Podemos como vicepresidente y aseguró que no era bueno para el país un Gobierno de coalición con Iglesias.
Ante la imposibilidad de forjar una mayoría parlamentaria, los españoles fueron de nuevo llamados a las urnas el 10 de noviembre. En su cierre de campaña, en un clima enfervorizado en un pabellón de la Feria de Barcelona, Sánchez arremetió contra Iglesias y el independentismo. Su estrategia era transparente: presentarse como una fuerza de centro frente a los extremismos que, según su discurso, encarnaban el PP y Podemos.
Pero los resultados supusieron una enorme decepción para Sánchez, que no pudo disimular su mal humor ante sus seguidores en la noche electoral. Sus 120 escaños eran insuficientes para gobernar en solitario y, por añadidura, Casado había logrado remontar. Sus 89 diputados mejoraban claramente lo conseguido en abril.
Ciudadanos se hundió tras perder más de dos millones de votos y pasó de ser la tercera fuerza política a la sexta, superada por Vox, Podemos y ERC. Un enorme varapalo que forzó a Rivera a dimitir y relegó al partido a una posición de irrelevancia. Sus 10 escaños ya no contaban. Apenas habían transcurrido 48 horas cuando Sánchez anunció por sorpresa un acuerdo con Podemos. Esta vez la negociación fue corta y, a comienzos de enero, Sánchez era investido como presidente de un Gobierno de coalición en el que Iglesias ocupaba el cargo de vicepresidente. Cuatro dirigentes de Podemos le acompañaban en el Consejo de Ministros, entre ellos, Irene Montero, su pareja.
Sólo habían pasado unas pocas semanas cuando un minúsculo e invisible virus lo trastocó todo. Al principio, el Gobierno adoptó una táctica negacionista, pero el 14 de marzo, una semana después de la manifestación feminista, Sánchez decretó el estado de alarma y el confinamiento.
La pandemia ha desgastado políticamente al Gobierno, que ha cometido numerosos errores en la gestión de la crisis. Las relaciones con la oposición se han tensado hasta llegar a un grado de crispación que superan todo lo visto desde la Transición. Y no faltan quienes acusan a Sánchez de haber sucumbido a la tentación autoritaria y al menosprecio de las libertades.
Plutarco cuenta que un adivino le advirtió a Julio César de que se cuidara de los idus de marzo. El estadista romano no se lo tomó en serio y fue asesinado en el Senado. Marzo ha sido también nefasto para Sánchez, pero ha logrado sacar adelante las prórrogas del estado de alarma y la emergencia sanitaria parece que empieza a remitir tras un fuerte descenso del número de infectados y de víctimas.
Si la tendencia se consolida, el líder socialista podría haber cruzado el Rubicón de su segundo mandato. Pero la amenaza de una profunda recesión a partir de otoño es más que una posibilidad. España se enfrenta a un futuro dramático y Sánchez no parece el líder más adecuado para forjar consensos.
El balance de sus dos años en el poder es controvertido, pero ha demostrado que es un superviviente, una persona con una gran dureza de carácter. No es un hombre de Estado ni un intelectual, pero domina el arte de la propaganda. Siguiendo la doctrina de Maquiavelo, sabe de la importancia de acertar en el momento. Ya ha acreditado también que se equivocan quienes le minusvaloran. Y que es capaz de tomar la iniciativa cuando todo se vuelve en su contra, como hizo en octubre del año pasado al llevar a cabo la exhumación de los restos de Franco en El Escorial en un espectáculo transmitido en directo.
Ahora empieza lo más difícil: cerrar las heridas, impulsar la economía y devolver la confianza a los españoles. Tendrá que hacerlo con un Pablo Iglesias que está aprovechando esta crisis para intentar convertirse en una referencia de la izquierda e imponer unas recetas que pueden llevar al país a la quiebra de las cuentas públicas.
La gran duda es hasta cuando Sánchez está dispuesto a mantener la alianza con Iglesias y los independentistas, que impiden la reedición de esos Pactos de La Moncloa por la que abogó el presidente. Los signos de división en el Ejecutivo empiezan a aflorar y el enfrentamiento entre Nadia Calviño y el líder de Podemos es patente. No resulta descartable que el futuro nos pueda deparar sorpresas porque Sánchez ya ha demostrado que no le asustan los giros más imprevisibles para sobrevivir políticamente.
Esto es lo que le contestó Julio César a un mensajero de Sila, que le pedía que se divorciara de su esposa Cornelia: «Dile a tu amo que en César sólo manda César». Así es como gobierna Sánchez. Y así es como piensa permanecer en el poder todo el tiempo que las circunstancias lo permitan..Pedro García Cuartango
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