Pretender arreglar el clima desde España es otra milonga sanchista
Lo explicó en uno de los primeros «Aló presidente», cuando las irrupciones televisivas no se habían vuelto sistemáticas y todavía suscitaban atención (en lugar de huidas en estampida a la cocina). Sánchez reconoció que la crisis del coronavirus iba a disparar la deuda, pufo que supondrá un gran lastre para las generaciones venideras. Pero a modo de consuelo, prometió a los jóvenes que invertirá en la lucha contra el cambio climático. Es decir: estoy arruinando tu futuro, pero tú tranqui, que en lo del clima voy a darlo todo.
A la izquierda española, profundamente anumérica, en general le resbala la economía, donde su único guion empieza y acaba en que hay que subir los impuestos «a los que más tienen»
para dar más subsidios. Para camuflar su impericia en el frente vital, la estrategia consiste en alzaprimar otros asuntos, principalmente los derechos -legítimos- de las minorías. Son causas justas, sí. Pero no tiene sentido que se preste más atención al 8-M, a las víctimas de una Guerra Civil de hace 80 años o al colectivo LGTBI que a las acuciantes necesidades económicas de familias y empresas. Y eso es lo que ha venido ocurriendo.
Entre las banderas que sirven para encubrir su desidia y torpeza en lo económico destaca el clima, la religión laica del sanchismo. La mayoría de los científicos concuerdan en que es un problema real y urgente. Hasta el Papa le ha dedicado una encíclica y los conservadores -cuyo ideario pasa por conservar lo valioso- no deberían haber permitido que la defensa de la naturaleza semeje un monopolio de la izquierda. Pero para hablar del cambio climático, como de todo, debe hacerse con datos y no con milongas propagandísticas. Y la verdad es que España, que hasta tiene una Vicepresidencia para la Transición Ecológica, resulta casi irrelevante ante ese reto. China, que pasa de todo y seguirá manchando a chorro, contamina 35 veces más que nosotros (diez millones de toneladas métricas de CO2 por año, frente a 281.000 de España). Estados Unidos, el segundo contaminador, suelta 5,2 millones, y les siguen India y Rusia. Si sumamos lo que manchan Alemania, Francia, España, Italia, Reino Unido y Polonia, salen 2,5 millones de toneladas, frente a las diez de China.
¿En serio tiene España un problema de contaminación? Solo en Madrid y Barcelona, sus dos únicas ciudades con más de un millón de habitantes (en China hay 16 de más de diez millones). ¿Está sucio el aire en la mayoría de las capitales de provincia españolas? No. España ha cerrado sus centrales térmicas de carbón, ha apostado por la energía eólica e hidráulica, reciclamos la basura, se han instalado depuradoras en la costa... Todo es mejorable, y deberá mejorar. Pero el clima no es el problema medular de España, sino otro señuelo de este Gobierno que ahora mismo ha de tener como meta urgente que los negocios puedan abrir cuando antes de manera segura.
La vida real de los individuos no preocupa a la vicepresidenta ecológica Ribera, que ha encendido a los hosteleros con esta frase displicente: «Quien no se sienta cómodo [con la desescalada del Gobierno], que siga cerrado». A veces la flora y fauna pintan más que el condumio de las personas...Luis Ventoso
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