Como dice Edipo, cuando creíamos ver la luz, lo que estábamos contemplando eran las tinieblas
He aprovechado estos días el confinamiento para releer a Esquilo, Sófocles y Eurípides, los tres grandes maestros de la tragedia griega, cuya voz parece surgir del pasado para recordarnos la fragilidad del ser humano, zarandeado por la voluntad de los dioses y su condición mortal.
Platón abominaba del género en nombre de la Razón porque, a su juicio, sus protagonistas están dominados por sus sentimientos y las fuerzas irracionales del destino. El filósofo que creía que la realidad es un pálido reflejo del mundo de las ideas, no podía más que expresar su rechazo por la violencia, la injerencia de los dioses y las pasiones que mueven a los hombres como marionetas en la tragedia.
La luz y el bien
se hallan fuera de la caverna, según el mito platónico por el que sólo podemos contemplar las sombras de lo real. Pero en la tragedia no existen los mundos separados de lo que perciben nuestros sentidos y las esencias puras, sino que, por el contrario, la vida de los hombres está marcada por el conflicto entre fuerzas que no puede controlar.
A instancia de los dioses, vemos a un Agamenón obligado a sacrificar a su hija Ifigenia para que los vientos soplen a favor de las naves aqueas en su expedición a Troya. Sentimos como nuestra la desolación de Edipo, al que el ciego Tiresias revela que él es el responsable de la peste que asola Cadmo por haberse casado con su madre y haber matado a su padre. Y nos identificamos con el drama de la piadosa Antígona, que se empeña en enterrar a su hermano pese a la prohibición del rey Creonte.
En «La Ilíada» Aquiles lucha en Troya con la seguridad de que la muerte está muy próxima, cumpliendo la profecía de que el precio de la gloria será perecer en plena juventud pese a su condición de hijo de Tetis, favorita de Zeus y diosa de las aguas. Nadie puede escapar a su destino.
En los conflictos que se plantean en las tragedias no hay buenos ni malos, no existen referencias morales ni certezas que guíen las acciones. La vida de los hombres está sometida a los designios de los dioses que pueden torcer la voluntad de los mortales o empujarles a un destino que no desean.
La condición, que no la esencia, de los seres humanos es el sufrimiento que nos golpea cuando menos lo esperamos. Así, tras volver a casa, Orestes se ve obligado a matar a Clitemnestra, su madre, por haber asesinado a su esposo y haber puesto en el trono a su amante.
La corrupción, la ambición, la envidia, la lujuria y la venganza están presentes en estos textos que reflejan como un espejo lo que somos y nuestra vulnerabilidad frente a los crueles designios del azar y el capricho de los dioses.
La filosofía nació en Grecia como logos, como un intento de comprender racionalmente el mundo, pero la tragedia es puro pathos en su acepción de sufrimiento. Como dice Edipo, cuando creíamos ver la luz, lo que estábamos contemplando eran las tinieblas. Quizás una y otra cosa sean lo mismo. Volvamos a los clásicos.....Pedro García Cuartango
No hay comentarios:
Publicar un comentario