Su legado dejó un rastro de muerte, desolación y tiranía que estamos obligados a recordar para no repetir sus errores
La casualidad ha querido que coincidan estos días el 150 aniversario del nacimiento de Lenin y el suicidio de Hitler en la cancillería, del que ayer se cumplieron 75 años. Como es sabido, Hitler se disparó en la sien y su cadáver fue incinerado por su chófer, mientras que Lenin murió en la cama en 1924.
Hay fuertes paralelismos entre las dos figuras pese a su antagonismo doctrinario. Ambos acumularon un enorme poder y tomaron decisiones que modificaron el curso de la Historia. El mundo durante buena parte del siglo XX estuvo marcado por el legado de estos dos personajes inflexibles en su ideología.
Lenin volvió de su exilio en Suiza para liderar la Revolución de 1917. Y lo hizo
mediante la agitación en la calle y el recurso a la violencia, aunque es cierto que el régimen zarista se estaba desmoronando. El líder comunista ruso defendió la creación de una vanguardia en el partido que movilizara a las masas para tomar el poder.
Hitler también se esforzó en crear una elite fiel a sus consignas y eliminó a todos sus adversarios, recurriendo al asesinato del general Schleicher, Gregor Strasser y Ernst Röhm. A diferencia de Lenin, ganó las elecciones de 1933, pero sin mayoría absoluta a pesar de que los nazis sacaron el 47% de los votos, casi el triple que los socialdemócratas. Fue nombrado canciller tras una conspiración en la que el viejo Hindenburg cedió a las presiones de su círculo.
Resulta significativo que tanto los bolcheviques como los nazis provocaran un clima de violencia y enfrentamiento en las calles con el fin de intimidar a sus adversarios y presentarse a la vez como solución al caos. Nada más llegar al poder ambos abolieron la democracia. Lenin marginó a la Duma y creó un Gobierno de comisarios. En enero de 1934, Hitler logró la aprobación de una ley que le habilitaba para ejercer una dictadura sin control. Detuvo a decenas de diputados socialdemócratas y comunistas, que fueron asesinados o encarcelados, y cerró el Reichstag y los periódicos de la oposición.
Embarcado en una guerra civil, Lenin practicó una brutal represión sobre cualquier disidencia gracias a la Checa, la policía política dirigida por Félix Dzerzhinski, creada unos meses después del asalto al Palacio de Invierno. Hitler ideó las SS y la Gestapo para sustituir a la llamada Sección de Asalto (SA), cuyos miembros vestían las siniestras camisas pardas. Nadie estaba a salvo de estas organizaciones criminales y de la ferocidad nacionalsocialista que culminó en la Noche de los Cristales Rotos en 1938 con una orgía de terror contra los judíos.
Lenin dijo que la libertad era algo tan precioso que debía ser racionada. Pensaba que la democracia era un invento de la oligarquía burguesa para explotar a los campesinos y obreros, mientras que el Führer se esforzó en concentrar un poder absoluto en su persona. Su legado dejó un rastro de muerte, desolación y tiranía que estamos obligados a recordar para no repetir sus errores...Pedro García Cuartango
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