El Gobierno ha enviado a Bruselas nuevas y demoledoras perspectivas económicas que hacen presagiar un futuro con tintes helenos de similar impacto para el país. Si hay rescate, habrá exigentes condiciones a cambio y, quizas, un Varoufakis a la española
No hay peor ciego que el que no quiere ver. Casi un refrán popular que podría funcionar a favor, pero que en la mayoría de las ocasiones rema en contra en cualquier situación. Algo que, por cierto, tiende a hacerse nefastamente viral en aquellas personas inyectadas de un narcisismo extremo. Pero es más, si un narcisista de cuna se siente avalado y aupado por otro que tiende al mesianismo más radical, tenemos como resultado un cóctel explosivo de caracteres que complica y cronifica cualquier realidad que gestionen uno junto al otro. Aunque sea una realidad paralela y solo la vean ellos.
Y en esas estaban en Grecia cuando les estalló de lleno la anterior crisis de 2008 -con la pareja política del momento: Tsipras y Varoufakis, presidente del Gobierno y ministro de Economía, respectivamente-, y en esas tiene toda la pinta que estamos ya en España, con nuestro particular tándem romántico de similar ideología -visto lo visto-, Sánchez-Iglesias gestionando una crisis sanitaria de inmensidad aún incalculable, con repercusión económica de idéntica e inimaginable magnitud aún. Ambos países, gobernados -en distintos momentos de la historia eso sí, pero vapuleados por las fatales consecuencias de una crisis global sin miramientos-, por un narcisista elevado a la máxima potencia y por un mesiánico que ha sabido epatar y oler la necesidad de aplauso continuo de aquel, aprovechando el caldo de cultivo creado por una sociedad -al menos gran parte de ella- abducida por el espectáculo, las redes sociales y los platós. Una venda en los ojos que les impide concentrarse en elaborar la respuesta adecuada para los problemas reales a los que se enfrentan. A todo esto, ¿hablábamos de los helenos o de los españoles? Tanto monta...
Rememorando tiempos pasados, y buceando en las cifras económicas que surgieron de la crisis, Grecia llegó a acumular -desde 2008- hasta seis años de tasas negativas en su crecimiento, si bien fue en 2011 cuando registró el mayor descenso de su PIB, del -9,1%. Europa entonces tuvo que hacer acto de presencia y rescató al país hasta en tres ocasiones, en 2010, 2012 y 2015. En total se desembolsaron 203.770 millones de euros, aportados por el MEDE y el FMI (¿les va sonando la cosa?), que bajo una estricta y exigente supervisión y control tutelar de la gestión del país, con condiciones rigidísimas de obligado cumplimiento, sirvieron para recuperar la economía helena, recapitalizar al conjunto de su sector financiero y restablecer «parte» de la confianza perdida. Los llamados y temidos «hombres de negro» de la todopoderosa Troika -compuesta por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional- se infiltraron directamente en las tomas de decisiones del Gobierno griego hasta agosto de 2018, y el resultado es que hoy el país cuenta con superávit en las cuentas públicas y su economía crece, aunque aún muy tímidamente.
¿Y el mientras tanto? Pues, los helenos lo saben muy bien, un auténtico calvario. Perdieron más de un tercio de su riqueza, el desempleo escaló hasta el 28%, la deuda se disparó hasta cerca del 200% del PIB griego, el número de quiebras de pymes se multiplicaban, y todo tras sufrir hasta cerca de una quincena de recortes en las pensiones, en los sueldos y empleos públicos, e infinidad de subidas de todos los impuestos que se pudieran imaginar. Y todo ello de la mano de Alexis Tsipras, que vio cómo su segundo económico, Yanis Varoufakis, decidía abandonar el barco, más presionado desde Bruselas por sus continuas provocaciones y amenazas de no cumplir con lo pactado, que por motu proprio. Nada es gratis en Europa. Si España fuese por ejemplo Alemania u Holanda, ¿regalaríamos a fondo perdido el capital prestado? Solidarios, todos hasta que nos meten la mano en nuestros bolsillos. Y el dinero de Europa es para lo que mande... Europa. Si no, no hay fondos que valgan. Y provocaciones, las justas. Experiencia con populismos y rebeldes ya han tenido, y los resultados son los que son.
De momento, el Gobierno ha mandado a Bruselas nuevas y demoledoras perspectivas económicas que hacen presagiar un futuro con tintes helenos y de similar impacto sobre los españoles. Más si cabe descontando que desde hace semanas Sánchez y «cía» fían todas las ayudas y el gasto galopante a las inyecciones (¿rescate?) de Europa. El Ejecutivo reconoce ya los peores augurios: un histórico derrumbe de la economía en 2020 del 9,2% y que la tasa de paro se dispare por encima del 19%, en un contexto en el que las emisiones de deuda se multiplicarán y el pasivo público superará el 115,5% del PIB, con el déficit en el 10,3%.
Con este panorama, y con la soberbia por montera, España ya huele a Grecia. Y como sufriera ésta, los inversores empiezan a buscar nuevos compañeros de viaje (¿alguien creía que Trump iba de farol? de momento a Navantia le ha costado un supercontrato en favor de Italia), y muchos son los que consideran ya que si España acudiera a un rescate el fracaso del Gobierno social-comunista sería histórico y hundiría al país en la segunda división de Europa, lo que nos devolvería a la primera casilla de salida, con lo que costó subirnos al tren del euro. Y tal y como ocurriera en los países europeos que anteriormente tuvieron que recurrir al rescate, este Gobierno estaría obligado a convocar elecciones de inmediato. ¿E Iglesias? Lo mismo se hace un Varoufakis....
María Jesús Pérez
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