El Gobierno de la propaganda sólo la hacía de puertas adentro. Se le olvidó vender su fastuoso éxito en el extranjero
Si un populista inglés de derechas, una especie de Jesús Gil pijo y educado en Eton, se cruza con un narcisista español de izquierdas, que falseó una tesis a los doce años de haber terminado la carrera, sólo puede salir un chiste de esos de nacionalidades… o un absoluto desastre. Ha ocurrido lo segundo. Johnson, que negó la pandemia hasta que el virus le alcanzó de lleno, ha apuntado hacia España para sacudirse responsabilidades mientras Sánchez se miraba al espejo regodeándose con los años de mandato que le quedan por delante. Lo malo de sobrestimar el ego propio es que siempre hay alguien que lo tiene más grande. Ninguno de los dos gobernantes acumula motivos para presumir de su gestión
de la catástrofe, pero el británico ha sido más rápido a la hora de señalar culpables y le ha lanzado al ya agonizante sector turístico hispano una pedrada en el escaparate. Lo tenía fácil: sólo debía buscar un país que superase al suyo en tasa de letalidad por millón de habitantes.
Resulta que el Gobierno de la propaganda sólo la hacía de puertas para dentro. El presidente se quedó satisfecho de su faceta de telepredicador dominguero y confió en el poder de un gigantesco aparato publicitario a máximo rendimiento. Pero, ay, se le olvidó que los éxitos, por ficticios que sean, hay que venderlos también en el extranjero. En Gran Bretaña, por ejemplo, cuyos visitantes no votan aquí pero se dejan cada año casi nueve mil millones de euros y suponen para la primera industria nacional un contingente estratégico. A eso se le llama diplomacia económica y, sí, era la materia del doctorado que le dieron por copiar, sin leérselos, fragmentos enteritos de libros ajenos.
También era, y sigue siendo, un asunto de Estado, cuya competencia no puede delegar en las autonomías como el mando sanitario. Se supone que corresponde a la ministra de Exteriores, presunta experta, encargarse de ese trabajo. Sucede sin embargo que la cuarentena del Reino Unido a sus turistas la pilló con el paso cambiado: en la víspera estaba ocupada haciéndose la obsequiosa con el gibraltareño Picardo. El Peñón como eterna, recurrente serpiente de verano. De entre todos los modos posibles de hacer el ridículo eligió así uno de los más ingratos, justo el que añadía un plus de desdén al agravio y convertía la decisión de Londres en una bofetada a dos manos.
La desorientación gubernamental ha hecho de España la perdedora perfecta de un mercado darwinista en feroz competencia. El Ejecutivo se ha desinvolucrado de toda estrategia de salud pública, y en economía lo fía todo a la ayuda europea, que acabará utilizada como un mecanismo de subvenciones directas. En la batalla de la imagen externa ni está ni se le espera. Y el gran Simón, oráculo de la ciencia, se felicita de la deserción inglesa porque le quita un problema. Cráneo previlegiao, que diría Valle, cómo no nos habríamos dado cuenta....Ignacio Camacho
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