Lo positivo es que Europa va a soltar una suma apreciable de dinero. Lo negativo, que la va a administrar este Gobierno
El control férreo de la deuda, propia y europea, era hasta ahora el arma de disuasión de Alemania, el sucedáneo del botón nuclear que las potencias le negaron tras la victoria aliada. Así había cimentado su hegemonía, desde una disciplina financiera de estricta observancia. Pero la pandemia lo ha cambiado todo, aunque ya antes Merkel venía dando ciertas señales de reconversión keynesiana, y ha provocado un salto histórico en la estrategia comunitaria: vía libre al endeudamiento masivo y mancomunado, con el Banco Central como prestamista -no estatutario- de última instancia. Ése es el acontecimiento central del acuerdo del martes de madrugada. El resto son detalles, forcejeo y propaganda, tarea ésta última en la que siempre destaca un Sánchez capaz de
hacerse un vídeo aclamado por sus ministros como si se tratara de un «pasillo» de honor al campeón de una Champions recién conquistada.
No es una mala noticia que España vaya a recibir una cantidad considerable de dinero, la mitad a fondo perdido y la otra a crédito tan dilatado que lo acabarán de pagar nuestros herederos. Sí lo es, o puede serlo, que ese caudal sobrevenido lo vaya a administrar un Gobierno caracterizado por el clientelismo sectario, la hipertrofia burocrática y el dispendio. Pero ese problema no es de la UE sino nuestro, y con la actual estructura del voto lo vamos a padecer bastante tiempo. Sánchez ha hecho lo que debía: si reparten billetes hay que cogerlos. Por arbitrariamente que los gaste, ninguna ayuda sobra en este momento y las transferencias no serán discrecionales, sino adjudicadas proyecto por proyecto. Era estúpido, además de contraproducente, confiar o desear que Europa o los países llamados «frugales» le diesen al presidente una patada en nuestro trasero. Eso sí, también será ingenuo creer que aunque le llueva maná del cielo este Gabinete de izquierdas vaya a dejar de subir los impuestos.
A una mentalidad liberal le repugnan las subvenciones directas. En ese sentido no era difícil entender quejas como la escandinava o la holandesa, naciones con equilibrio fiscal que cumplen sus obligaciones y reclaman que los demás jueguen con las mismas reglas. Sólo que esta vez son Alemania y Francia las que han autorizado la deuda en el entendimiento de que el proyecto continental sufre una grave emergencia. Habrá condiciones en letra pequeña, más de las que les gustaría al Ejecutivo español y menos de las que quisiera la derecha; no las suficientes, en todo caso, para arrancar esas imprescindibles reformas que llevan demasiados años en vía muerta. El alegre programa sanchista va a sufrir alguna importante enmienda -pensiones, legislación laboral, quizá IVA- y sus mañas de autobombo no le servirán ante la tupida eurocracia de Bruselas. Pero la papeleta que hay que resolver es interna. No tiene sentido ni es buena idea esperar que nos hagan los deberes fuera...Ignacio Camacho
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