Ha simulado un acercamiento a la oposición para aprisionar al PP y hacerlo parecer un partido intransigente ante la tragedia si no cedía ante el «gran timonel» progresista
Cuando hoy se voten las conclusiones de los cuatro «grupos de trabajo» creados en la rimbombante «comisión para la reconstrucción» de España tras la crisis del coronavirus, probablemente se escenificará un protocolario acuerdo, el primero de la legislatura, entre el PSOE y el PP. Salvo un inesperado giro de última hora de Pablo Casado, el PP apoyará las conclusiones de dos de esos grupos: la defensa común de los intereses españoles en Europa y una restructuración de la sanidad para combatir con eficacia futuros brotes víricos. Ninguno de los dos principales partidos ha asumido el riesgo de presentarse ante la opinión pública como el culpable de que la comisión se clausurase con un fracaso estrepitoso, o con una catástrofe política
tras la cual todos los partidos se responsabilizaran entre sí de ser incapaces de alcanzar un mínimo pacto. Cuestión de imagen.
Al portavoz del PNV, Aitor Esteban, le delató ayer una atípica sinceridad. La comisión ha sido un «pacto de distracción», «un gran paripé». Nunca fue la reedición de los «Pactos de la Moncloa» que Pedro Sánchez anunció con tanta soberbia como veleidad propagandística. El PP, como el resto de partidos en el Congreso, es consciente de que se trata de un acuerdo puramente estético basado en la resignación institucional de no defraudar. Se trata de 134 páginas de contenido genérico, bienintencionado, grandilocuente… pero vacuo porque el futuro de España se dirime en otros derroteros. Europa, por ejemplo. No cabía resignarse ante una decepción. Había que vestir el muñeco, y que Sánchez simulase una moderación que no es real, un acercamiento a la oposición de la derecha que mantuviese al PP aprisionado en unas tenazas ante la disyuntiva de aparecer como un partido intransigente ante la tragedia o como una formación sumisa ante el «gran timonel» del progresismo frente a la pandemia.
El PP ha sabido transigir hasta culminar un acuerdo de mínimos. Incluso, ha soportado cómo Ciudadanos -en ese extraño viraje hacia el PSOE- se ha apropiado de una propuesta específica de Ana Pastor, la creación de una Agencia Nacional de Salud Pública. Pero este remedo de comisión, que lamentablemente dejó de concitar un mínimo interés público el mismo día de su constitución, y cuyo debate de conclusiones no contó ayer con ningún miembro del Gobierno en la bancada azul, nunca fueron los «Pactos de La Moncloa». Era puro marketing de Moncloa. Mera demagogia parlamentaria a mayor gloria de Sánchez.
Sibilinamente, el PSOE y Podemos se arrogaron el control de la comisión, y sibilinamente crearon cuatro grupos de trabajo para cerrar acuerdos en unos y provocar una fractura ideológica insalvable en otros. Todo estaba perfectamente meditado y calculado. Casi ha dado igual el testimonio de los expertos sanitarios. La frontera entre el acuerdo total y la ruptura, entre la cesión y la exigencia, estaba predeterminado por el sectarismo de la coalición entre el PSOE y Podemos. La prueba evidente es que ni siquiera Sánchez ha dado lugar a rectificar su persecución de la enseñanza concertada. Ha sido una comisión de quita y pon para salvar la cara a Sánchez, ideada de tal modo que abocase a los partidos a no rechazar taxativamente todas sus conclusiones, pero que a su vez no renunciase ni a su sectarismo ideológico ni a la doctrinaria maquinaria de ingeniería social impuesta por la izquierda.
Habrá quien extraiga la conclusión de que Sánchez se ha moderado. De que, como dijo ayer Gabriel Rufián (ERC), PSOE, PP y Cs han «guisado» la comisión como Juan Palomo, «yo me lo guiso, yo me lo como». El discurso de los socios de investidura de Sánchez fue crítico, especialmente el de ERC y el PNV. El de Podemos, víctima de desequilibrios internos cada vez más incoherentes y de contradicciones insalvables, fue directamente tan atropellado como irreconocible. Los socios externos reprocharon a Sánchez que esté dejando de ser Sánchez… pero no fueron muy convincentes. No olía a advertencia creíble contra el Gobierno, sino a componenda fingida y a pantomima parlamentaria. Por eso Sánchez cree tener asegurada la legislatura.
Si Sánchez y Pablo Iglesias han cedido ante diversas condiciones del PP para no quedar aislados en «su» comisión propagandística y cosmética, es para lanzar guiños simbólicos de credibilidad pactista a Europa. Sánchez no ha querido aparecer como un intransigente, pero socialistas y populares saben fehacientemente que el pacto tiene mucho de artificial y de espejismo porque en la comisión no se ha dirimido ni una sola responsabilidad política del Gobierno en su tarea de ocultación de su gestión política durante la pandemia. Y porque es más relevante lo que decrete un Consejo Europeo que lo que decida un Congreso de los Diputados de mayorías inestables.
Si del acuerdo de mínimos que alcancen PSOE y PP alguien extrae la conclusión de que Sánchez se apartará paulatinamente de sus socios clásicos, o que es la antesala de futuros pactos de Estado para aprobar unidos unos nuevos Presupuestos Generales del Estado, para negociar la renovación de órganos constitucionales como el Poder Judicial o el Tribunal Constitucional, o más allá aún, para afrontar una reforma constitucional que acote la inmunidad penal del Rey, no puede estar más desencaminado.
La España política de Sánchez continuará en una ficción tras la votación de las conclusiones de la comisión, porque el verdadero desafío de Sánchez no va a ser pactar reformas sanitarias de la mano del PP, sino la dudosa aprobación de unos Presupuestos Generales junto a sus socios. Y esos presupuestos necesariamente estarán viciados -órdenes de Bruselas- por todas y cada unas de las condiciones que la izquierda siempre censuró inmisericordemente a Mariano Rajoy, y que ahora maquilla con su propio metalenguaje y con un neo-relato de falso progresismo para aparentar que no incurrirá en ellas: recortes, tijeretazos, impuestos masivos y austericidios varios. Por eso pacta Sánchez… Por eso simula conciliación. Porque siente la necesidad de repartir culpas en su momento más delicado.Manuel Marín
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