La única cosa buena que tiene esta vuelta de la muerte a la actualidad es que nos recuerda nuestra condición de mortales
Hay, en la ancha, abigarrada, contradictoria escena española un nuevo personaje que se ha impuesto a todos los demás de manera tan absoluta como sibilina. Aunque considerarlo nuevo no es exacto, ya que ronda la humanidad desde que bajó de los árboles para esparcirse por el mundo con ánimo de dominarlo, cosa que finalmente consiguió. Me refiero a la muerte, que vuelve a campar a sus anchas en todas las latitudes del globo, sin respetar hombres ni mujeres, pobres ni ricos, desarrollados y sin desarrollar, aunque, como ha hecho siempre, se ceba en los más débiles y desafortunados. Los avances de la medicina han conseguido doblar e incluso triplicar la edad media humana, prevenir las enfermedades más infecciosas e incluso
éxitos, como el trasplante de órganos que no ha mucho se hubiera considerado milagro. Ello hizo que la «desnarigada», como la llamó Cyrano en su último duelo con ella, haya ido retrocediendo hasta el punto de no ser de buen gusto hablar de ella. Los norteamericanos, con ese afán suyo de futuro, ni siquiera usan su nombre para comunicarla a alguien que puede dolerle y en vez de muerte usan «pass a way», que podría traducirse por «pasar a mejor vida». Pero el maldito Covid-19 la ha devuelto con la fuerza de un huracán o tsunami, y barre en los titulares de los periódicos, informativos de televisión e incluso conversaciones telefónicas, que suelen empezar con la noticia de un conocido que se ha ido.
La única cosa buena que tiene esta vuelta de la muerte a la actualidad es que nos recuerda nuestra condición de mortales, ya casi olvidada. Y no es así. Sin el «estamos hechos para morir» de los cartujos y existencialistas, la muerte forma parte de la vida. En nuestro organismo están muriendo células continuamente y todo ser viviente, vegetal o animal, está condenado a morir. Hay dos actitudes ante ese hecho; la del homenaje a la vida, que Foxá cantó en su más elegiaco poema «Y pensar que cuando yo me muera/ aún surgirán mañanas luminosas» que termina con el epitafio «y ya no la veré desde mi caja», y la resignada de otro gran poeta, José Alcalá-Zamora, en forma de despedida: «Os quiero agradecer la compañía/ y la hospitalidad que me habéis dado», que termina con las gracias «con poca cosa os pago el hospedaje/ mis poemas y estudios (libros viejos)/ un algo que he enseñado y el coraje/ que puse en ir más rápido y más lejos».
Pero la actitud ante la muerte es lo más personal en cada persona. He tenido un amigo que me decía que si estuviera convencido de que «más allá encontraré a las personas que he querido, me quitaba la vida en este momento», mientras otro me advertía «lo importante es vivir, cojo, ciego, enfermo, pobre, lo insufrible es disolverse en la nada». Que uno, bastante cínico, apostillaba: «La muerte cura todas las enfermedades». Lo más sensato es tomarla como lo que es: el último e inevitable lance de la vida. Quererla sacar de tal contexto sólo amargará ésta. Pero hay gente para todo, en la vida y en la muerte....José María Carrascal
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