Nuestra imagen en el mundo se tambalea y nuestro principal patrimonio, el turismo, se hunde. Por eso sobran espectáculos como el de los ministros aplaudiendo a Pedro Sánchez
Algo muy serio falla en nuestra política exterior cuando la ministra del ramo, Arantxa González Laya, se entera tarde de que el Reino Unido ha impuesto, en forma de cuarentena, un veto a los viajes de sus turistas a nuestro país. Algo aún peor sucede cuando de modo improvisado y a la desesperada trata de convencer a Downing Street para que abra un «corredor» seguro que salve la temporada en Canarias y Baleares y logra el efecto contrario. Además de generar un agravio comparativo con otras autonomías -como la Comunidad Valenciana o Andalucía-, González Laya demostró ayer el espíritu derrotista que caracteriza a quien no ha hecho sus deberes. En cualquier caso, no se trata de lamentarse, sino de denunciar que el Gobierno vuelve a no estar a la altura. El propio Ejecutivo admitió hace dos semanas que probablemente estemos ante una segunda oleada de contagios, y eso ahuyenta el turismo, provoca la cancelación de reservas y condena irreversiblemente al ocio y a la hostelería. Ahora va a resultar difícil salvar la temporada de agosto. Tras las gestiones de González Laya, el Ejecutivo británico no solo no cedió ayer, sino que endureció su postura y, de mal en peor, recomendó no viajar a sus nacionales a ninguna parte del territorio español. Más de dieciocho millones de británicos visitaron España el año pasado, y ahora nuestro país, cuyo 13 por ciento del PIB depende del turismo, va a sufrir un desmayo descomunal. El efecto dominó será inevitable, y la ministra de Exteriores aparece y desaparece en medio de la tormenta. Ayer, en plena crisis turística, González Laya se desplazó a Ankara como si no pasara nada, y con un mensaje sobre el templo de Santa Sofía que provocó la inmediata desautorización de su homólogo turco. Alarma tanta ineficacia.
En gran medida, nuestra deficiente política exterior es culpable de lo que ocurre. Nuestra imagen en el mundo se tambalea y nuestro principal patrimonio, el turismo, se hunde. Por eso sobran espectáculos como ver a los ministros aplaudiendo a Pedro Sánchez. Mantenemos unas relaciones con EE.UU. muy mejorables, acabamos de sufrir un severo golpe en la política agraria común, atendemos a Gibraltar como si fuese un Estado soberano, y ahora sabemos que nunca existió un plan B para la etapa post-Covid. Países como Italia, Grecia o Portugal se beneficiarán de las advertencias de Londres o Noruega a sus turistas. González Laya retiró prematuramente su candidatura a presidir la Organización Mundial del Comercio cuando supo con certeza que no sería elegida, y Nadia Calviño aún se pregunta qué país la engañó para no presidir el Eurogrupo. El ninguneo exterior a España es notorio. De aquel eufórico -y absurdo- «Spain is back» de Laya cuando fue nombrada ministra, hemos pasado al «Spain goes down». Sánchez no merece aplausos.....
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