Si la estrategia de crisis la dirige el jefe de propaganda es lógico que en vez de repartir mascarillas imponga mordazas
Sólo los niños, los borrachos… y la Guardia Civil dicen siempre la verdad. El lapsus, o lo que fuere, del general Santiago ha destapado la estrategia informativa del Gobierno, que parece más diligente en el esfuerzo por neutralizar las críticas que en el de combatir la pandemia. Cuando el director de operaciones es el jefe del aparato de propaganda parece lógico que antes de distribuir mascarillas se ocupe de imponer mordazas. Redondo (es decir, Sánchez) e Iglesias sintonizan en la misma onda, la de la política como técnica publicitaria, y se sienten cómodos ante el panorama de una ciudadanía confinada cuyo principal enlace con el exterior son unas televisiones dedicadas mayoritariamente a banalizar el drama. Pero las redes sociales y
la prensa independiente escapan de las directrices de intoxicación de masas y alteran ese horizonte pastueño saltándose las consignas sectarias. Se han convertido en las moscas cojoneras de un poder que no acierta a controlarlas y que está dispuesto a encomendar a las Fuerzas de Seguridad misiones de vigilancia inaceptables en una sociedad democrática.
La táctica gubernamental sigue los manuales clásicos del totalitarismo: mentiras repetidas, estigmatización del disidente y cortinas de humo. Pretende desprestigiar al periodismo libre asimilándolo a los divulgadores de bulos, y crea brigadas de ciberlinchamiento a base de cuentas falsas y perfiles truchos que replican los mensajes oficiales y aplauden sin pudor los discursos del ministro de turno. Pero por exceso de arrogancia o de torpeza ha quedado en evidencia el truco, se ha desmoronado el trampantojo de la farsa y los impostores han aparecido en el escaparate como maniquíes desnudos. Sorprende que gente tan avezada en artimañas de juego sucio haya podido actuar con tan escaso disimulo. Ya quisieran los sanitarios y otros servidores públicos que toda la energía que el Gabinete pone en estos manejos oscuros la dedicara a proveerles de equipos de protección, test y demás imprescindibles recursos.
Es cierto que en la red circulan muchas patrañas a las que conviene poner freno. Pero también es un ejercicio socialmente higiénico sacar al descubierto los continuos embustes de un Ejecutivo que trata de aplacar a la opinión pública contándole cuentos. Los doscientos mil millones movilizados contra la crisis, por ejemplo, o el millón de pruebas de detección del virus han resultado burdos señuelos, cifras ficticias divulgadas a voleo. Todavía no hay siquiera un cálculo fiable de fallecimientos y el estado de alarma sirve de pretexto para mantener contratos en secreto o colar de matute nombramientos -como el de Iglesias en la comisión del CNI- escamoteados al control del Congreso. Y ningún Ministerio de la Verdad, ningún censor ideológico ni ningún brujo posmoderno va a conseguir camuflar esos hechos tercos con el velo autoritario de una ley del silencio..Ignacio Camacho
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