El rencor, como la envidia, no sirve para nada.
Es más, es cancerígeno. Ambos son la osteoporosis
del alma. Por eso no le recomiendo a nadie que
se quede atrapado en el pasado. Pero justamente
la izquierda que se enseñorea del poder en
España no puede presumir de ser ajena al resentimiento.
Esa cumbre del pensamiento occidental que es
Adriana Lastra, experta en batir récord de
insultos por minuto, invocó ayer el aborrecimiento
que -dice- padece la derecha. Supongo que no lo
comparará con la ejemplar conducta de su jefe,
Sánchez, en la crisis del ébola, donde
hubo cero muertos y, en efecto, España no se
desentendió de dos misioneros compatriotas.
La solidaridad y la lealtad son interpretadas en
función de cómo le va a cada uno en la feria.
Ahora bien, los hechos son tercos. No es un problema
de rencor. Con más de 20.000 muertos, es
inevitable invocar esa virtud del alma, que
es la memoria, y recordar cuánta indignidad
hubo en el comportamiento de Sánchez y Lastra
en el pasado. No es rencor, pero hay
situaciones que difícilmente se almacenan en el olvido.
Bieito Rubido
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