Sánchez no ofreció concreción de nada, dejando de nuevo a los ciudadanos más dudas, más confusión y más indefinición que garantías
Pedro Sánchez se reservó ayer la comparecencia del Consejo de Ministros para anunciar personalmente su «Plan para la transición hacia una nueva normalidad». Más allá de lo peligroso -y pretencioso- de esa terminología tan típica del afán agit-prop de La Moncloa, lo cierto es que Sánchez presentó a los ciudadanos un proyecto de retorno progresivo a la rutina dividido en cuatro fases, con un mínimo de duración de seis semanas y un máximo de ocho, durante las cuales seguiremos en estado de alarma. Aparte de estos datos, y de que sea una noticia satisfactoria, Sánchez no ofreció concreción de nada más, dejando de nuevo a los ciudadanos más dudas, más confusión y más indefinición que garantías. El Gobierno no dio fechas de entrada en vigor de cada fase, especuló con estimaciones, no especificó cómo debe acometerse la reactivación de la normalidad laboral con las plantillas de trabajadores, y tampoco dio detalles sobre cómo se prohibirá el tránsito entre poblaciones confinadas y liberadas. Presumir que la intención del Gobierno siempre es buena no es suficiente, sobre todo porque la vulneración de garantías y los abusos contra las libertades, amparados en este estado excepcional, deben tener un límite.
Sánchez ha actuado de modo unilateral y desprecia a las autonomías y a la oposición, aunque dependa de ella para prorrogar la alarma. Moncloa simula que consulta, pero después ejecuta sus decisiones en un círculo de poder endogámico diseñado solo para su protección y lucimiento. Sánchez es la deslealtad personificada y realmente cree que España puede depender de un pequeño sanedrín cada vez más ideologizado y sectario. ¿Cómo puede plantear con un mínimo de sinceridad un «plan de reconstrucción» a los partidos, si después hace y deshace sin pactar nada con nadie? En Francia, Macron anunció su plan en la Asamblea Nacional; en España, Sánchez lo hizo durante otro mitin interminable en La Moncloa, y en ese matiz reside la diferencia entre una democracia solvente y otra decadente. Pero sobre todo Sánchez es desleal con los ciudadanos, y esto es lo más peligroso. Ayer habló de «patriotismo», pero solo él decide qué es patriotismo y qué no. Habló de «normalidad», pero nada es más atípico que el plan presentado, y nada es más anormal que el proyecto autoritario que esconde. No hay nada «normal» en nuestras vidas, porque lo «normal» habría sido debatir en el Congreso y no imponer a puerta cerrada en La Moncloa. El Gobierno se ha erigido en un poder autocrático que ha invalidado al legislativo y pretende derruir al judicial, y Sánchez se ha revelado como un presidente autoritario que cree poder manejar a España a golpe de decreto social-comunista. Y eso es tan grave para los derechos de los ciudadanos como la dramática pérdida de vidas humanas, porque para más de 23.800 personas, si creemos las cifras oficiales, ya no habrá ningún tipo de «normalidad»....
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