El general no tuvo quien le defendiera. Otro atentado más contra la libertad, protagonizado por un Gobierno empecinado en utilizar sus múltiples recursos, también los uniformes, para señalar lo que es verdad y lo que es mentira
Gracias a nuestros compañeros de la SER, el honor mancillado del general Santiago ha quedado felizmente restaurado. Cómo un Dreyfuss de verde oliva, la sarna de periodistas como el que aquí teclea estábamos emborronando la impecable hoja de servicios de un hombre injustamente maltratado por un lapsus que en su literal entrecomillado –«minimizar ese clima contrario a la gestión de crisis por parte del Gobierno»– asustaba y mucho. No es para menos, que anda el andamiaje de nuestro sistema democrático aquejado de aluminosis por un virus tan dañino para la democracia como el coronavirus para la salud.
Pero no, «afortunadamente» (entrecomillo el palabro por lo que tiene de sarcasmo) había una explicación. Queden tranquilos los ciudadanos: lo que ocurría es
que, voilá, el 15 de abril el Mando de Operaciones de la Guardia Civil remitió por correo electrónico una instrucción a las diferentes comandancias para instar a sus unidades a identificar noticias falsas y bulos «susceptibles de provocar estrés social y desafección a instituciones del Gobierno». Es decir, además de perseguir el delito, los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado tienen que ser la policía del pensamiento de la que nos alertó Orwell. Sus nuevas e importantes funciones, para el buen nombre del vilipendiado Gobierno, son detectar aquello que puede desestabilizarlo: perseguir los bulos y mentiras que ensucian su hercúlea labor en tiempos de pandemia. ¿Lo hacen provistos de un manual de instrucciones? ¿Cuentan con un decálogo de 'fakes'?¿Lo deciden los uniformes y no las togas? ¿Lo persiguen por propia iniciativa o son, como deja clara la instrucción de Interior, un instrumento de detección de desestabilizadores?
Sucede que a mí lo que me escama, lo que me indigna, es que el general no tuviera cónsul que le defendiera. Que su superior político, Cayo Grande-Marlaska no saliera al foro para explicarle a la plebe con todo detalle que aquello tenía una explicación coherente.
Interior no lo hizo. Prefirió, desde el domingo en que se produjo el benemérito patinazo hasta la noche del lunes en que la SER puso luz y taquígrafos donde antes sólo había sombras y tinta artillada, dejarlo pasar. Que el uniforme del general acabara hecho jirones.
Si uno, frisando los 50 años, tuviera más de malpensado que de confiando cabría pensar que vetar las preguntas en rueda de prensa, amagar con impedir que a partir del incidente 'fake' los uniformados desaparecieran de las ruedas de prensa, que el aplauso sincero de sus comilitones de fatigosas ruedas de prensa y la encendida defensa de Fernando Simón, alias «yosoyuntécniconohablodepolítica» obedecía a un guión maquiavélico cuyo final es una interesada filtración.
Si el general de justa y merecida brillante charretera verbalizó lo que no convenía hubiera sido más justo, y ético, que Marlaska saliera en ese momento a explicarnos a TODOS el origen del fallo. Hubiera sido más lógico y ético que hubieran permitido las preguntas; hubiera sido más lógico y ético que en vez de filtrar a uno informaran a todos.
Pero lógica, la ética y la decencia cotizan a la baja en este Gobierno de chusca mercadotecnia política.
El general no tuvo quien le defendiera. Acaso unos cuantos que le jalearan, pero lo que dijo era entonces y ahora, conocida la instrucción ministerial, simplemente impresentable. Otro atentado más contra la libertad, protagonizado por un Gobierno empecinado en utilizar sus múltiples recursos, también los uniformes, para señalar lo que es verdad y lo que es mentira. Un Ejecutivo convencido de que además de frenar la pandemia es igual de importante que el relato final que triunfe sea el de una parte, el suyo, el oficial. Que las voces discordantes sean silenciadas bajo el perverso sistema de que sean las manos monclovitas y no las judiciales las que decidan qué hay que contar, quién debe hacerlo y cómo. Todo lo demás es susceptible de ser mentira y ahí tenemos a nuestros policías y guardias civiles para perseguirlo con fe de converso. Que luego eso acabe descartado por un tribunal es lo de menos. Las condenas y absoluciones se dictan en las redes, y en eso el Gobierno cuenta con toda la ventaja. Es indecente, sí, pero dudo mucho que Fernando Simón tenga hoy una explicación para eso. Al fin y al cabo es un técnico y no está para fruslerías, ¿no?..Agustín Pery
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