Solo faltaron los ositos y las notas adhesivas
para rematar la mediocridad del acto de ayer
en homenaje a los muertos de la Covid-19.
Fue una honra civil que sonó más a un compromiso prosaico,
que a una sentida honra a quien se ha ido. Quedó pobre.
Cuando no sabemos envolver las emociones de rito,
aflora la indigencia estética. Como si no quisiéramos
hablar de la muerte. La inmensa mayoría de la
ciudadanía occidental, siguiendo usos y
conductas arraigadas en nuestra cultura,
suele despedir a sus fallecidos con una oración.
Unos, porque creen en el más allá; otros, porque
sienten la necesidad de enraizar la memoria del
desaparecido en el presente y en el futuro:
¡Esos muertos tan vivos! Para algunos, rezar
no está de moda; también los hay que no saben.
Sin embargo, la pandemia, al demostrarnos
nuestra vulnerabilidad, volvió a poner en
nuestra cronología diaria la oración. Ayer,
como siempre, en un alarde de desprecio a
nuestra cultura y en prueba de ignorancia
histórica, estuvimos a punto, con Reyes
incluidos, de confiar la memoria
de nuestros muertos a un peluche.....Bieito Rubido
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