Entre el electorado del PP y de Ciudadanos hay mucha menos distancia que entre ambos partidos. Salvo la confesionalidad y poco más, el modelo de sociedad que defienden es el mismo y los matices que los diferencian tienen que ver sobre todo con el estilo. La competencia entre las dos organizaciones obedece precisamente a la disputa de un común espacio político. Pero a Cs, que es una formación nueva, le molesta la etiqueta de conservadurismo y manotea para sacársela de encima como quien espanta un mosquito. Los dirigentes naranjas dan a veces da la impresión de que no le acaban de gustar sus votantes, o al menos de que preferirían que procediesen de otro sitio. Pero la realidad es que sus expectativas han crecido a partir del declive popular porque que el centro-derecha sociológico los identifica como parte de su equipo. Y que en la identidad política lo esencial es cómo lo ven a uno los demás y no como uno se percibe a sí mismo.
En su legítimo afán de delimitar territorio, Rivera ha comprado el marco mental de sus adversarios, que lo mortifican presentándolo como un mellizo de Pablo Casado. Ese lío reglamentista que ha montado a cuenta de los Presupuestos, incomprensible para quien no esté versado en el trámite parlamentario, amenaza con estallarle en las manos. Porque si no le gusta el proyecto de ley socialpopulista va a ser difícil de entender que pudiéndolo bloquear se niegue a intentarlo. Y si lo que pretende es obstruirlo, pero por un camino propio, tendrá que esforzarse mucho en explicar ese método tan enrevesado. Es posible, además, que su maniobra tenga un efecto distinto al buscado: el de dejar libre al PP todo el campo para enfrentarse a Sánchez como opositor único, genuino y solitario. El líder de Ciudadanos es fino de instinto y escucha el pálpito de las encuestas con oído aguzado, pero las estrategias demasiado versátiles esconden frecuentes trampas de cálculo. Si con ese gesto está tanteando un eventual voto de la izquierda moderada puede perder el que ya tiene ganado por el otro flanco.
El riesgo de darle curso al debate presupuestario es que se imponga la alianza del PSOE con los nacionalistas y Podemos. Si eso ocurre, a ningún elector del centro derecha le va a importar que Cs exprese con mucha elocuencia su desacuerdo. Por eso ha de ajustar muy bien sus movimientos, dado que lo que está en juego no es tanto que parezca más o menos cerca o lejos del Gobierno sino que a sus sectores de apoyo les suban, y mucho, los impuestos. Ese propósito era inviable mientras los dos partidos liberales mantenían su consenso para impedirlo desde la Mesa del Parlamento, y ahora no está tan claro que lo siga siendo. Cabe suponer que Rivera habrá calibrado su alambicado cambio de táctica con tiento, porque ni sus seguidores más acérrimos le perdonarían que la factura del postureo tuviesen que pagarla ellos con su dinero....Ignacio Camacho
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