Siento muchísimo que la multinacional estadounidense Alcoa cierre sus plantas de La Coruña, con 369 trabajadores, y Avilés, con 317. Setecientas personas con vidas estables pasarán al paro en poblaciones donde no abunda el empleo, y menos el industrial, en extinción.
A raíz del mazazo, muchos reparan, y con razón, en que las Administraciones intentaron comprar la voluntad de Alcoa con dinero público para que mantuviese sus plantas abiertas (se habla de 500 millones de euros de nuestros impuestos desde que en 2014 amagó por vez primera con el cierre). Pero el intento de pervertir la lógica del mercado metiendo la cuchara gubernamental suele resultar un parche ante la inexorable ley de la oferta y la demanda. No se está hablando de la médula del asunto, de la razón del cierre de esas fábricas, que es evidente: China presenta hoy una sobrecapacidad de producción de aluminio, que hace imposible la competencia de las plantas de Occidente, con plantillas más caras y con los lógicos costes laborales.
Los occidentales no nos percatamos de lo bien que vivimos. Y no siempre será así. Nos resistimos a ver que el futuro se está fugando de Europa y Estados Unidos rumbo a la India y, muy especialmente, a China. Solemos hablar de una «crisis mundial» tras el pinchazo de Lehman. Pero no fue tal: en 2009, China creció cerca de un 10% y la India, casi un 8%. El mundo está retornando a lo que fue norma en la mayor parte de la historia: China como centro del planeta.
Con las Luces, el colonialismo y la Revolución Industrial, Europa realizó el milagro de mandar en el orbe y prosperar de manera espectacular. Pero ya no será así, de ahí nuestro sarpullido de populismos antidemocráticos. Mientras en Occidente puede que por primera vez los hijos vivan peor que sus padres, en el conjunto del planeta la vida ha mejorado enormemente en lo que va de siglo. Desde 1970 hasta hoy, los ingresos per capita en Asia se han multiplicado por cinco y hasta en la postrada África se han doblado. Frente a esas cifras, Occidente aparece estancado. En 2013, China se convirtió en la mayor potencia comercial y al año siguiente su economía superó a la de EE.UU. Lo anómalo no es eso. Lo insólito fue el llamado Siglo de la Humillación china, desde la Guerra del Opio de 1839 hasta la revolución comunista de 1949. Hoy China vuelve a ser la fábrica del mundo y además ya ha copiado los dos inventos que engrandecieron a Europa: el capitalismo y la revolución industrial. Trump conoce esta realidad e intenta que Estados Unidos tenga una prórroga como primera potencia. Pero sus bravuconadas autárquicas son los zarpazos ciegos de un oso herido. El siglo ya es chino, y el que viene lo será todavía más. ¿Qué le quedaría a Europa? Solo tendría una salida: unidad, un esfuerzo educativo y laboral supremo y fomentar una atmósfera cultural que propicie la inventiva. Pero no estamos en eso. Estamos en la subvención, la queja, la quimera de los mini pasitos identitarios y la fantasía de que las multinacionales tienen que poner sus fábricas donde a nosotros nos dé la gana, y no donde lo indique la imparable lógica económica...Luis Ventoso
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