En España la mentira es moneda de uso común en política, pero lo de Pedro Sánchez riza el rizo de la desvergüenza
En España la mentira es moneda de uso común, lo sabemos. Desde que Tierno Galván dijo aquello de que «las promesas electorales están para no cumplirse», el olvido de lo ofertado en campaña ha sido norma de conducta política asumida con mansedumbre por el propio electorado engañado. Pero lo de Pedro Sánchez riza el rizo de la desvergüenza. Sus embustes superan todo lo conocido hasta ahora. Afirma una cosa y su contraria con días o semanas de intervalo, sin torcer un ápice esa sonrisa tan ensayada frente al espejo. Es la encarnación misma de la sentencia demoledora falsamente atribuida a Groucho Marx: «Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros». En el caso que nos ocupa, dudo que el interfecto se haga una remota idea de lo que significa el concepto. Su especialidad es otra, esta sí formulada por el genial cómico americano: «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados».
Mi compañero Javier Chicote demostró fehacientemente en estas páginas, hace ya dos meses, que «su» tesis doctoral (en el supuesto improbable de que la autoría sea suya) estaba repleta de plagios sonrojantes para cualquier persona provista de honor y conciencia. El presidente se mostró ofendidísimo y negó la acusación, al tiempo que anunciaba acciones legales contra el periódico si no se rectificaba la información. ABC se ha mantenido firme, como no podía ser de otra manera, y la demanda no ha llegado. Prueba inequívoca de que Chicote dijo la verdad mientras Sánchez amenazó en vano.
La abundancia de ejemplos abruma. En el momento de celebrar su triunfo en la tribuna del Congreso, aupado hasta un poder no merecido por una coalición de socialistas derrotados, populistas e independentistas enemigos de la nación y la Carta Magna, aseguró que nos convocaría cuanto antes a las urnas, con el fin de legitimar ese cargo logrado mediante una moción de censura. Ahora que vive instalado en los salones de La Moncloa, no solo reniega de ese compromiso, sino que ha desplegado a todo un ejército de «opinadores» en las televisiones que le rinden pleitesía (casi todas) con la misión de decir Diego donde el líder socialista dijo digo. Sin sonrojarse. El espectáculo de esos palmeros justificando lo injustificable mientras dedican horas y horas a denostar a la oposición resulta estomagante. La presencia constante de tertulianos tuertos, cegados por la viga que les obstruye el ojo izquierdo y solo les permite ver la paja en el contrario, insulta a la inteligencia aunque resulta innegablemente efectiva. Porque en esta sociedad cada vez más superficial, esclava de consignas huecas y más vulnerable que nunca a la propaganda y la demagogia, lo importante no es lo que es sino lo que parece. El número de «likes» que acumule la última ocurrencia en Twitter. Por eso la mentira sale gratis o incluso resulta premiada. Por eso no es descartable que el reciente sondeo del CIS, descaradamente cocinado por Tezanos, acabe haciéndose realidad a base de voceros dispuestos a difundir la engañifa. Por eso es indispensable, vital, que informadores y analistas honestos cumplan con su deber periodístico.
El pasado mes de mayo el jefe del Ejecutivo afirmó literalmente en una entrevista: «Lo que se produjo el pasado 6 y 7 de septiembre en el parlamento de Cataluña es un delito de rebelión». Su convicción es inversamente proporcional a su necesidad de respaldo, de manera que hoy ya duda de que se produjera un delito y va camino de considerarlo una simple broma pesada. Carece de pudor y de escrúpulos. Es un hombre sin palabra.Isabel San Sebastián
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