La idea de la telepatía, la levitación o que solo usamos el 10% de nuestro cerebro son fruto del «pensamiento mágico». El neurocientífico Francisco Mora repasa estos y otros muchos en «Mitos y verdades del cerebro»
¿Ha oído alguna vez que solo usamos el 10% de nuestro cerebro? ¿Que las personas más creativas tienen un hemisferio derecho dominante, mientras que las analíticas tienen más fuerza en el izquierdo? ¿Conoce a alguien que crea que por escuchar a Mozart será más listo, o que apunte a su hijo de tres años a decenas de actividades extraescolares para que despunte durante la vida adulta?
Es probable que sí, porque todas estas ideas son mitos sobre el cerebro. O, como escribe Francisco Mora, en «Mitos y verdades del cerebro» (editorial Paidós), neuromitos. Este autor, doctor en medicina en la Universidad de Granada y doctor en neurociencia en la de Oxford, explica cómo, a la vez que se han producido enormes avances en neurociencias, se han seguido extendiendo, imparables, mentiras sobre el cerebro que para nada tienen sustento en evidencias científicas.
¿Por qué si la telepatía nunca se ha observado al hacer experimentos, el 31 % por ciento de los estadounidenses estaba convencido en el año 2005 de que existía? ¿Quizás es porque resulta grato creer en algo, en un mundo repleto de inseguridades y donde la religión ya no ocupa el lugar que ocupaba antes?
Aldoux Huxley escribió: «Una verdad sin interés puede quedar eclipsada por una falsedad emocionante». A lo largo de las 196 páginas de «Mitos y verdades del cerebro», Francisco Mora cuenta qué es verdad y mentira sobre lo que se suele decir acerca de nuestro órgano más privilegiado y observado. También permite vislumbrar lo fascinantes que son su estudio, su naturaleza y las preguntas que quedan por responder.
¿Cree usted que usamos todo el poder de nuestro cerebro? Probablemente no. Seguramente haya oído que solo usamos el 10% de nuestro cerebro, y quizás se le ocurran varias personas que parecen usar incluso un poco menos. Por eso quizás piense que, con los estímulos adecuados, nuestro privilegiado órgano puede convertirse en un supercomputador o dotarnos de capacidades increíbles, como la telepatía o la telequinesia.
Por desgracia, todo esto es una paparrucha, o como algunos dicen ahora, una posverdad. Tal como escribe Francisco Mora, el éxito de esta mentira repetida hasta la saciedad radica en que difunde una idea atractiva: la de que es «posible mejorar intelectualmente» y, por tanto, avanzar para ser el mejor. Algo que resulta muy interesante en «una sociedad con tan altas tasas de competitividad constante entre sus miembros que empuja, ya a los niños –y por los padres–, hacia el aplauso social, a "ser el mejor"», escibe Mora.
El origen de esta mentira descontrolada está en una conferencia del psicólogo William James, quien dijo que las personas normales, en sus quehaceres cotidianos, no llegan a usar más del 10% de su potencial intelectual. Con esto quería decir que esas personas no usan sus recursos mentales, por falta de entrenamiento o desarrollo, pero no que solo usasen una pequeña parte de su cerebro.
El cerebro, clave en la evolución
Tal como recuerda Francisco Mora, el cerebro es fruto de millones de años de evolución, a lo largo de los cuales ha aumentado de tamaño –se pasó de un órgano de 450 gramos en australopitecos a los 1.450 gramos actuales–. ¿Cómo se podría explicar que en los últimos cientos de miles de años hubiera aumentado su tamaño pero no se hubiera aprovechado el 90 % de su capacidad?
Aparte de ese argumento, el cerebro es un órgano extremadamente caro, en términos energéticos. Su peso asciende al 2% del total cuerpo, pero consume la energía obtenida con el 20% de todo el oxígeno que respiramos.
Además, si solo usáramos ese 10% tan cacareado, ¿por qué el potencial sobrante no se usa cuando sufrimos enfermedaes o lesiones para tapar los huecos?
El cerebro funciona como un todo
Lo que se sabe hasta ahora es que las acciones sensoriales y motoras (conducta), los procesos emocionales (sistema límbico), y las tareas cognitivas (conciencia y procesos mentales) requieren el reclutamiento de muchas áreas de la corteza cerebral, del cerebelo, de los ganglios basales, del encéfalo y de la médula espinal. Es decir, no hay zonas en las que el cerebro ponga el cartel de «cerrado por vacaciones».
De hecho, se puede decir que usamos el 100% de nuestro cerrebro: «Definitivamente, la totalidad anatómica del cerebro es necesaria durante las veinticuatro horas del día para ejercer las funciones cambiantes que tiene asignadas en aras de la supervivencia del individuo», escribe el neurocientífico.
2. El hemisferio derecho es el creativo
Probablemente haya escuchado que las personas más creativas, intuitivas e imaginativas tienen un hemisferio cerebral derecho más fuerte, mientras que la gente analítica y racional tiene un hemisferio izquierdo dominante. Es tal nuestro afán de clasificar y poner etiquetas para todo, de dividir a las personas en categorías, que se da por sentado que quien es analítico no es creativo, y viceversa, o que no existen grises y puntos medios.
Pero, tal como escribe Francisco Mora, los dos hemisferios cerebrales están unidos por una conexión, el cuerpo calloso, que permite una constante transferencia de información y que hace que el cerebro prácticamente funcione como un todo.
Dos cerebros en uno
El origen del mito está en que en la mayoría de las personas, casi todas las redes neuronales que codifican el lenguaje, la lógica y las matemáticas están en el hemisferio izquierdo.
Por otra parte, en el hemisferio derecho se encuentran las funciones más holísticas, que requieren la asociación de redes distantes y que integran información cognitiva emocional y sensorial. Todas estas entran en juego con el dibujo, la pintura, la escultura, la música, el lenguaje y la lectura.
Pero Francisco Mora hace una distinción: «Debe quedar claro que la existencia de talentos y capacidades más afines o selectivas para las matemáticas que para el arte, o hacia las ciencias frentes a las letras, no viene correlacionada con la dominancia funcional de uno u otro hemisferio», escribe. «Sino con el rendimiento o fruto de la función conjunta final de ambos hemisferios y de su interacción con el ambiente familiar y la cultura en la que viven».
En definitiva, el cerebro funciona como un todo tanto en personas afines con los números como en personas más talentosas con la pintura.
3. Los tres primeros años te marcarán
¿Ha visto a alguna mamá o papá tratando que su hijo nonato se aficione a los conciertos de violín de Bach? ¿O a niños de dos a tres años apuntados a tantas actividades extraescolares que necesitarían una secretaria para organizar su agenda? Quizás sean víctimas del mito de que los primeros tres años de vida son absolutamente críticos para el desarrollo del cerebro, y que, por ello, hay que atiborrarles de estímulos.
Se considera que así se puede lograr que sean personas brillantes, inteligentes, exitosas y competitivas más adelante –léase el lo que se dice sobre la competitividad en el mito del 10%–. Por ello, se les expone a todo tipo de estímulos sensoriales y emocionales, incluyendo conceptos, palabras, historias y percepciones complejas. Pero, tal como escribe Francisco Mora: «No hay ninguna evidencia científica que avale estas presunciones».
El cambiante cerebro del bebé
En ese tiempo, el cerebro pasa de llegar a unos 400 ó 500 gramos, en el nacimiento, a alcanzar los 1.000 gramos a los tres años. A esa edad, el número de sinapsis en el cerebro crece a una tasa de entre 30.000 y 50.000 por segundoen cada centímetro cuadrado de la corteza cerebral.
Pero, según Francisco Mora, a estas edades, los niños se relacionan con el ambiente a través de las emociones y mecanismos básicos de refuerzo (placer y evitación del dolor), el afecto y el juego.
«El niño no posee códigos, mecanismos cerebrales, para captar lo abstracto, las ideas, los conceptos». Por tanto, concluye Mora: «En los primeros años, el niño debiera aprender especialmente de modo directo, de la propia naturaleza. A un niño de dos o tres años no se le debería enseñar qué es una flor más que en el campo, procurando que observe sus características, su color, forma, tacto, olor (...). Todo el aprendizaje del mundo sensorial motor del niño debería ser extraído de una realidad directa, y menos de fotografías, revistas, láminas, vídeos y libros».
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