Los interlocutores del encuentro carcelario tienen la llave de este mandato, y tal vez del siguiente, en sus manos
Pablo Iglesias no está en el Gobierno pero sí en el poder, y desea que se le note. Con su tendencia a la sobreactuación aparenta más influencia de la que acaso tenga, pero entre la que tiene de verdad, la que se toma él y la que imposta, se las apaña para lucir galones sin que Sánchez ponga límite a esa exhibición que lo reduce al rango de jefe nominal de un Gabinete fantoche. La visita a Lledoners, que más que una cárcel parece una feria de tratantes o un zoco de favores, ha puesto al presidente ante la humillación de permitir que sus socios de investidura negocien su futuro (el de él) entre barrotes. He aquí un partido de Estado utilizando a radicales y golpistas como colaboradores para que chalaneen con asuntos de la nación en su nombre. Desde el aquelarre felipista ante la prisión de Guadalajara no se había visto en una situación tan denigrante al PSOE.
La entrevista carcelaria entre Iglesias y Junqueras reproduce el guión de la que mantuvieron en verano de 2017 en casa del millonario Roures, aunque haya empeorado la calidad de la cena. Entonces se trataba de diseñar un esquema para que Cataluña girase en torno a una triple alianza de izquierdas, en la que la tercera pata era el PSC del obligado ausente Iceta. El diseño se rompió porque el dirigente separatista sintió la llamada telúrica de la independencia, pero el libreto quedó sobre la mesa. Ahora el plan contempla un reparto de poder en España entera al amparo de la nueva correlación de fuerzas, que deja al Gobierno necesitado de más de una muleta. Es probable que el presidente prefiriese una transacción política con mayor reserva, pero al líder de Podemos no le cuadran las formas circunspectas. Le gusta el protagonismo y cuando asume un papel quiere que se sepa. La publicidad de los hechos consumados forma parte esencial de su estrategia.
Y esa estrategia es la de adjuntarse a Sánchez como cooperador necesario para compensar la previsible tendencia al voto útil de su propio electorado. Le está imponiendo una coalición de facto a un presidente incapaz de salir del atasco de su minoría de 84 escaños, y al que le va a resultar difícil zafarse del abrazo… salvo que convoque pronto las elecciones que más de medio país le viene reclamando. La idea de que este Gobierno es para los independentistas un mal menor necesario no va a colar -y ayer lo demostró Junqueras- si no ofrece nada a cambio. ERC quiere prendas visibles, no promesas a medio plazo, para quebrar sus acuerdos con el iluminado de Waterloo. Y en materia de gestos de benevolencia penal, el Ejecutivo dispone de un margen bastante limitado..Ignacio Camacho
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