No me pidan responsabilidades penales a mí por los muertos. Que ante los tribunales responda «la ciencia»
«No hay razón para poner en duda la eficiencia de ciertas prácticas mágicas». Claude Lévi-Strauss, que refundó la etnología en el siglo XX, formula eso en su Anthropologie Structurale de 1958. Aquel axioma suyo, que alguna vez le escuché repetir en sus lecciones del Collège de France, me vino a la memoria, en el inicio de la actual ola de muerte. En las palabras párvulas de quienes la exorcizaban a golpe de apelaciones fraudulentas a «la ciencia». Sí, la brujería está entre nosotros. Y su estafa apuntala la fortuna de aquellos que se dicen los más honorables. Sobre la pantalla del ordenador, yo soportaba, estoico, la diarrea verbal del presidente: trivialidades joviales en los peores días de un país diezmado.
Para no blasfemar, me entretuve en ir contando el número de veces en que el mantra «la ciencia» era invocado para eludir preguntas incómodas. A partir de la décimo segunda, me harté. Me tragué la tentación de darle una patada a la pantalla. Opté por buscar entonces el libro que, en 1958, había escrito un hombre sabio: «No hay razón para poner en duda la eficacia de ciertas prácticas mágicas. Pero la eficacia de la magia se asienta sobre la creencia en la magia». ¿Quién podría ser tan lerdo como para creerse aquel vómito de infantilismos presidenciales? ¿Quién? Todos. Todos aquellos cuyo alimento anímico ha quedado reducido al conjuro bárbaro de los televisores. Para blindar eso sirve un estado de alarma.
Hube de habituarme a esa letanía, «la ciencia», en todos los shows audiovisuales con los que tuvo a bien amenizarnos la matanza en las semanas que siguieron. Su autocomplacencia escapaba a calificación. Pero, en lo técnico, la estructura retórica de sus homilías ponía en juego dos recursos muy sencillos: a) repetir un puñado de enunciados elementales, tantas veces cuantas fueren necesarias para agotar, sin decir nada, el tiempo de la comparecencia; b) poner como sujeto agente a un incuestionable ángel custodio, «la ciencia», cada vez que una medida dudosa o antipática era anunciada. «No soy yo quien la toma. Es la ciencia». Lo que es lo mismo: no me pidan responsabilidades penales a mí por los muertos que resulten. Que ante los tribunales responda «la ciencia». No yo ni mi gobierno.
¿Qué es «la» ciencia? Eso de lo que hablan los brujos. Y los estafadores. Una pantalla tras la cual ocultar sus fraudes. En el universo post-galileico no hay «la ciencia» -que era el nombre de la teología en el siglo XIV-; hay paradigmas plurales que definen disciplinas científicas determinadas. La universalidad, «la ciencia» universal, está vetada a un científico que se respete y que ve, en tales grandezas, cháchara sólo de brujos o estafa de pícaros.
Pero la brujería -y la estafa- tiene sus propias eficacias. Sorprendentes, si se quiere. Que exigen que la operación del mago presuponga a los creyentes en su magia. Y fabricar creyentes es hoy una manufactura muy barata para quien manda en los televisores. Y en el estado de alarma....Gabriel Albiac
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