El coronavirus ha sido el último golpe de gracia para una generación frustrada y sin estabilidad laboral
El mensaje es claro: nunca viviremos como lo hicieron nuestros padres. Es la creencia que millones de jóvenes españoles tienen desde hace años y que, a medida que pasa el tiempo, va en aumento. Se trata de una generación que pese a su corta edad ya ha vivido dos crisis económicas. Empezaban sus estudios universitarios en plena recesión y deseando que al terminarlos la situación hubiera mejorado. Así fue, pero ahora, cuando empezaban a ver algo de luz, ha llegado el Covid-19, que vuelve a situar sus expectativas de futuro por los suelos.
Emigrar pasó de ser una opción a una obligación para miles de jóvenes que, tras terminar sus estudios universitarios y pasar por varios empleos mal remunerados
o que poco tenían que ver con su formación, decidieron poner tierra de por medio para desarrollarse profesionalmente. Ahora, la situación que deja el coronavirus parece volver a echar a muchos jóvenes de su país, lo que supone también alejarse de sus familiares y amigos en un momento en el que se ha puesto de relieve la importancia de estar rodeado de personas cercanas.
Un panorama desolador
Estados Unidos es el país que baraja Pablo Giménez, un joven de 30 años, para mudarse en unos meses. Finalizó la carrera de Psicología en 2012 y continuó su formación con un máster. El panorama con el que se encontró al terminar los estudios fue, explica, desolador. Al estudiar un doctorado en Biomedicina logró un contrato de cuatro años, que terminará en los próximos meses. «Empecé a trabajar en plena crisis y ahora que voy a tener que buscar un trabajo en otro sitio parece que va a ser imposible», lamenta.
Denuncia también que su sector, el de la ciencia e investigación, es uno de los que más maltrata a los jóvenes, con plantillas envejecidas y pocas salidas para la juventud que quiere abrirse camino en esos campos. «Lo que ocurre en España es que se invierte una cantidad de dinero enorme en formar a los jóvenes, pero luego nuestro conocimiento se va a otros países. En el extranjero he encontrado muchos laboratorios que están dispuestos a contratarme por un buen sueldo. Aquí, todo lo contrario», comenta.
Su marcha, asegura, no será voluntaria. «Yo me voy porque me echan. No me quiero ir, pero no me queda otra opción. Aquí no puedo trabajar en ciencia y no tendría nunca la opción de entrar en una centro de investigación», lamenta. Su vuelta, asegura, tarde o temprano llegará, aunque es consciente de miles de jóvenes están en su misma situación, viviendo lejos de sus casas y esperando a que salga un trabajo de sus ramas en España para poder regresar: «De aquí a diez años me gustaría volver. Este es mi país, mi cultura, tengo a mi familia, a mis amigos...Lo que queda es ir sumando currículum para poder volver y esperar a que el Gobierno se aplique y tome medidas».
Una experiencia similar la vive a diario Violeta Durán, de 27 años, que estudió la carrera de Farmacia y actualmente se dedica a la investigación. Pese a considerar que su posición -y la de buena parte de su generación- es «bastante favorable» por la formación con la que cuentan muchos de los jóvenes en la actualidad, lamenta que los empleos a los que pueden acceder continúan siendo precarios. Como Giménez, esta joven logró un contrato predoctoral de 4 años, aunque ahora que llega a su fin se encuentra sin ninguna expectativa a nivel laboral. «Cuando acabamos estos cuatro años nos damos cuenta de que ha sido el contrato más largo que vamos a tener», lamenta.
Su alternativa, reconoce, es también la de abandonar este país para probar suerte en otros, algo que, a su juicio, además de ser malo para ella también lo es para España: «En España el fenómeno de la investigación es muy curioso. Se nos forma mucho y con mucho mimo, pero cuando vamos a terminar el doctorado, que se supone que es cuando más podremos aportar y mayor beneficio vamos a dar, hay un vacío. Las oportunidades de trabajar como investigador son mínimas».
En desventaja
Quienes deciden quedarse en España, explica esta joven, se enfrentan a contratos a media jornada, temporales, o en categorías inferiores a su formación. Además denuncia que el problema va en aumento cuando los que se fueron al extranjero deciden volver, pues por los empleos que han tenido en otros países cuentan con ventaja cuando deciden regresar.
Conseguir una estabilidad económica, con todo lo que eso implica, es algo prácticamente imposible, considera. «Hay un atasco masivo para acceder a la estabilidad. En las universidades, por ejemplo, para ser profesor titular tienes que llegar a los 40 o 45 años y a esa edad ya es tarde para empezar a tener una estabilidad económica y poder formar una familia», critica.
Esta visión de futuro la comparte Asela Redó, una joven de 28 años, graduada en Criminología que nunca ha podido trabajar en un empleo relacionado con su formación. Aunque cuando empezó la carrera universitaria era optimista, pues se trataba de un grado nuevo en España con posibilidad de actuar en muchos ámbitos, la realidad le dio la espalda. Sus propios profesores, durante las clases, les trasladaban mensajes que, lejos de motivarles, conseguían todo lo contrario. Aunque pensó en dejarlo y estudiar otra carrera, lo consideró «un fracaso», así que decidió terminarla. «Y cuando terminé empezó lo malo», sentencia
Durante estos años, igual que muchos de sus compañeros de universidad, ha pasado por todo tipo de empleos: camarera, dependienta en tiendas de ropa, trabajadora en una cadena de comida rápida...etc. En una etapa también decidió opositar a Policía Nacional, pero un año le sirvió para darse cuenta de que no era a lo que quería dedicarse durante el resto de su vida. Con el tiempo, apostó por abrir su horizonte laboral y decantarse por el trabajo del ámbito social, algo que tampoco le ha resultado fácil, pues en alguna ocasión se le ha acusado de «intrusismo laboral» al no contar con la formación específica que se requiere en este tipo de empleos.
Tras hacerse con una beca para trabajar en un organismo público durante 9 meses le llegó una oferta para trabajar en un centro de menores no acompañados. La aceptó, aunque su decisión implicó el tener que alejarse de su familia al ser el empleo en otra ciudad, aunque con la esperanza de que, con el tiempo, pudiera ir acercándose de nuevo a ellos. Sin embargo, y viendo que ese momento no iba a llegar, con algo más de experiencia sumada decidió hacer las maletas y volver a Valencia con los suyos. Poco después de haber dejado el empleo llegó el Covid-19. «Cuando empezamos la carrera estábamos en plena crisis económica, y ahora nos encontramos con esto...», reflexiona, al tiempo que reconoce que no sabe cómo va a hacer frente al futuro en una situación como la actual, sobre todo pensando en que, hasta ahora, todos los contratos a los que ha accedido han sido de carácter temporal.
Anclados en el pasado
«Vivimos un poco anclados en el pasado. Nuestros padres nos decían que si estudiábamos podríamos tener un buen trabajo y vivir bien, pero ahora vemos que no es así. Creo que vamos a estar siempre enfrentándonos a contratos temporales y precarios», denuncia. El coronavirus, considera, ha agravado más esta situación y ha puesto sobre la mesa los problemas a los que la juventud española se enfrenta para poder avanzar tanto a nivel personal como profesional.
Comprar una casa o formar una familia son cosas que esta joven criminóloga ve inalcanzables. «Hace ya seis años desde que terminé la carrera y, por la experiencia que he tenido hasta ahora, lo veo todo un poco crudo», admite. Sus expectativas, dice, son seguir encadenando trabajos temporales para poder pagar el alquiler cada mes. La esperanza, aun así, sigue presente, con la ilusión de que más pronto que tarde todo mejore.
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