Bruselas no va a soltar la pasta para pagar el estropicio creado por un virus mucho más devastador de lo anunciado y un Gobierno mucho menos creíble de lo normal
Nos lo habían dicho, pero como si nada. «Cuidado que el bicho no se ha ido todavía». «Hay que prestar atención a los rebrotes». «Conviene no bajar la guardia» y cosas por el estilo. Nosotros decíamos que sí, pero en cuanto aflojaron las restricciones, bajamos la mascarilla y nos pusimos a hacer kilómetros como los del París-Dakar. No sólo los jóvenes creen que no van a morir, nos ocurre a todos los humanos, como todos creemos que va a tocarnos el gordo cuando compramos un décimo de lotería. Así de ingenua, y temeraria, es la humanidad. Aunque, en este caso, buena parte de la culpa la tiene el Gobierno, y perdonen el lugar común. Pero un gobierno que desde el
inicio de la pandemia no ha hecho más que lanzar mensajes contradictorios no crea precisamente confianza. Primero, no la hizo maldito caso. Luego, nos encerró en casa casi tres meses, mientras los infectados morían como chinches. Pero al darse cuenta de que se moría también el país paralizado, empezó a desescalar a toda prisa, de forma que algunas comunidades pasaban de la fase 1 a la 3 en una semana y a otras las costaba un mes. El caso es que, a trancas y barrancas, el lunes todas estaban en la «nueva normalidad», aunque siguieran ciertas restricciones, pero ya lazados no había quien nos parase. Aparte de que había que fomentar el turismo, interior y exterior, del que comen un montón de españoles de todas las clases sociales e idearios políticos. Con lo que entrábamos en la etapa de los brotes y rebrotes, con la dificultad extra de que a evitar el contagio entre los españoles, había que añadir el de los extranjeros lo bastante osados para visitar uno de los países más afectados por la pandemia, pero imprescindibles para cuadrar las cuentas en un año que todo ha salido al revés.
Y queda todavía el Everest del presupuesto. Pues sin unas cuentas claras, creíbles, Bruselas no va a soltar la pasta necesaria para pagar el estropicio creado por un virus mucho más devastador de lo anunciado, un confinamiento mucho más largo de lo previsto y un gobierno mucho menos creíble de lo normal, con unos aliados que quitan el sueño. ¿Qué va a hacer la gente? Pues lo que hace en todas las situaciones límite: evitar en lo posible lo peor, y agarrarse a lo menos malo. Nadie sueña ya en viajes a islas paradisíacas y se contenta con poder pasar las vacaciones en el apartamento en la playa, ni piensa en un aumento de sueldo sino en conservar el que tiene.
Tras muchos años de vacas gordas, algunas a base de anabolizantes, llegan las flacas. La gente, entre la que no incluyo a los políticos, lo sabe y, para no perder la razón, tiene derecho a no tomarse en serio un gobierno menos creíble que el entrenador de un equipo que tiene que enfrentarse con el Madrid o el Barça o el portavoz de un partido explicando la dimisión de su líder. A estas alturas, la única defensa es el humor. Negro, desde luego...José María Carrascal
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