La cuerda floja sobre la que puede moverse Iglesias sin precipitarse al vacío es muy fina
¿Qué ha hecho Podemos en estos meses de pandemia? ¿O qué ha conseguido desde que llegó al Gobierno? Dense unos minutos para pensar y probablemente llegarán a la conclusión de que convertirse en élite es el mayor logro que asocian a la formación de Pablo Iglesias. Los morados han logrado catar el poder tal y como quería su líder, sí, eso hay que reconocérselo. Pero ¿qué están haciendo salvo inventar eslóganes huecos y apoyar medidas socialdemócratas?
El sondeo publicado ayer por ABC refleja esta percepción. Podemos sigue perdiendo apoyos y no saca beneficio de la gestión de la crisis como sí hacen los socialistas. Las filas moradas se consumen, frustradas por el ingreso de sus líderes en la casta y
por una dirección absolutamente cesarista. Y el trasvase de muchos de sus votantes al PSOE es una consecuencia natural de todo ello. Más aún cuando la furibunda y escandalosa -pero poco práctica- oposición de Vox, y a ratos del PP, ha logrado que Pedro Sánchez traslade una imagen victimista entre los suyos. Ya saben: «¡Qué mala es la derecha! ¡Qué poco sentido de Estado!». Aquel «nos conviene que haya tensión» que José Luis Rodríguez-Zapatero admitió a Iñaki Gabilondo en 2008 sigue siendo hoy la gran baza de los socialistas.
Hábilmente, Sánchez se las ha apañado para dejar a Podemos al margen de lo verdaderamente importante. Todo el país lo ha visto durante la gestión de la pandemia. Y esta estrategia le ha funcionado. Fuera del mando único, Podemos ha intentado sacar la cabeza atribuyéndose la idea y el diseño del «escudo social» del Gobierno para proteger a los trabajadores, prohibir los despidos y asegurar una vida digna a los ciudadanos. Medidas supuestamente revolucionarias todas ellas. Pero en la práctica, ese escudo social no ha sido más que un parche -y encima ha dejado a 500.000 personas sin nómina ni ayudas-. Alcoa y Nissan han demostrado que la prohibición de los despidos era una falacia, y la renta mínima ha resultado ser una ayuda más para personas vulnerables. Ni se ha transformado el mercado de trabajo, ni el sistema fiscal, ni los ciudadanos tienen asegurada una vida digna por el mero hecho de nacer. Es evidente que no hay nada revolucionario ahí.
A ello se une que la estrategia de Iglesias de zancadillear al jefe del Gobierno ha demostrado ser un fracaso. El último ejemplo fue el plan urdido con Bildu para colar la derogación íntegra de la reforma laboral. En lugar de allanar el camino a cambios en la contratación, el efecto ha sido el contrario: nunca se oyó a tanta gente defender el modelo actual al unísono.
Y mientras Pedro Sánchez aguanta, la imagen de Pablo Iglesias e Irene Montero se desgasta a marchas forzadas. El chalé de Galapagar, su ingreso en la casta, el vídeo de la ministra de Igualdad sobre el 8-M o las broncas del vicepresidente en el Congreso han reducido su credibilidad a mínimos. Teniendo en cuenta que cuando se menciona a Podemos es para referirse a él, a ella o a la pareja que forman, es inevitable que el deterioro de su imagen se proyecte sobre el partido.
¿Qué va a hacer el vicepresidente segundo? Si quiere ganar oxígeno no tiene otro camino que elevar la tensión dentro de un Ejecutivo que le deja decir pero no le deja hacer. Ahí está Nadia Calviño para dar un puñetazo en la mesa cada vez que hace falta. Pero la cuerda floja sobre la que puede moverse sin precipitarse al vacío es muy fina. Si no tensa lo suficiente no recuperará votantes. Si se pasa, favorecerá al PSOE. No crean que es una buena nueva para Casado. Para una derecha que se desgaja en tres partidos, es una mala noticia que la izquierda pueda aglutinarse en torno a uno.....Ana I. Sánchez
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