Y quien lo critique ha de saber que está «crispando»
Una pequeña parábola. Ficción pura. Isabel, de 41 años, se ha convertido en presidenta de Madrid. De su infancia en Chamberí conserva una superamiga, Ignacia. Se conocieron en el cole con nueve años y hasta hoy. Íntimas de siempre: viajes a la nieve, conciertos de Depeche Mode, salidas de fiesta... Ignacia, de excelente cabeza, es arquitecta, incluso doctora cum laude y ganadora de un par de premios internacionales. Pero al pinchar el ladrillo, el 23% de su profesión se vio empujada al paro. Ignacia, incapaz de encontrar trabajo en España pase a su talento, se vio forzada a buscarse la vida fuera, como tantos, y emigró a Estados Unidos. Por fortuna, su amiga Isa nunca la olvidó. Al llegar a
la presidencia toma una decisión audaz, confiada en que pasará desapercibida. Decide partir en dos la Dirección General de Vivienda y Rehabilitación para hacerle un huequecillo a su amiguísima como nueva directora general y así repatriarla.
En enero, Isabel crea una flamante dirección general a la carta. En lugar de situar al frente a un funcionario, como marca la norma general en la Administración, coloca al frente a su entrañable Ignacia. El dedazo es tan burdo que durante cuatro meses el puesto se mantiene vacante, a la espera de que la amigaza de la presi cumpla otros compromisos y pueda hacerse cargo, con sueldo de 90.000 euros anuales. Pero un medio progresista descubre el chanchullo. ¡Escándalo nacional! Echenique e Iglesias agotan los epítetos ante la desvergüenza de «la casta de ultraderecha». Adriana Lastra y Simancas, desatados, exigen la dimisión inmediata de la presidenta por nepotismo. Ferreras despliega una unidad móvil frente al domicilio de la presidenta, para preguntarle por este desmán cada vez que asome la nariz. Los tertulianos de TVE denuncian desolados el enchufismo, tema VIP en los telediarios. Al final, la presión mediática y social llega a tal extremo que Ignacia renuncia al cargo que le había prefabricado su amiga Isa.
Toda esa fábula recoge exactamente lo que ha hecho Sánchez con su mejor amigo, el arquitecto Ignacio Carnicero. No había en España un solo funcionario apto para el cargo. Tampoco servía ninguno de los 70.000 arquitectos españoles. Solo Iñaqui se ajustaba al perfil diseñado por su amigo. ¿Reacciones? La ministra portavoz, muy enfadada, regaña a quienes se hacen eco del caso, advirtiendo que «en política no vale todo», que ya está bien de «crispar», que «no se puede mezclar las relaciones personales con otros temas». Ole. El tertulianismo oficialista repite a coro que el arquitecto tenía un currículum muy bueno, así que no existe nepotismo. La profesión periodística española, muy ocupada en vigilar a Trump, no hace una sola pregunta sobre el dedazo en la alocución semanal de Sánchez (donde el Gobierno se cuida de dejar fuera de la rueda de prensa al periódico que ha levantado el tema). Sánchez, que en 2017 clamaba por «un modelo laboral nuevo, donde prime la meritocracia y no el enchufismo», completa su maniobra y da un empleo a su amiguete con el dinero de todos. No pasa nada. Los abusos de la izquierda no computan en este país...Luis Ventoso
No hay comentarios:
Publicar un comentario