Esperemos que ese sacrificio no caiga en el olvido
Edgar Morin escribe en «El hombre y la muerte» que el patriotismo se convierte en moral cívica cuando el ciudadano supedita sus intereses individuales a un bien superior colectivo. Esa sublimación produce una intensa e íntima satisfacción personal. «De ahí que la vida peligrosa es preferible a la vida mediocre y, por ello mismo, la muerte gloriosa a la muerte mediocre», apunta.
No hay más que leer la oración fúnebre de Pericles para comprender estas palabras. En su famoso discurso, recogido por Tucídides, el estadista griego exalta a las víctimas de Atenas que habían caído en la guerra del Peloponeso contra Esparta. «La tumba de los grandes hombres es la tierra entera. De ellos nos habla no solo una inscripción
sobre sus lápidas sino el recuerdo que pervive grabado no en un monumento sino en el espíritu de cada ciudadano», dice Pericles.
En esta crisis, hemos visto las actitudes y los gestos más mezquinos como el de un vecino de una ginecóloga de Barcelona, que, amparado en el anonimato, pintó en su coche: «rata contagiosa». O las protestas de un grupo de personas en La Línea de la Concepción por el traslado de unos ancianos enfermos a esa localidad.
Pero, sobre todo, lo que predominan estos días son los actos que nos reconcilian con la condición humana. Estamos siendo testigos de cómo el personal sanitario lucha contra el coronavirus en los hospitales en interminables jornadas y sin la protección requerida. Según datos oficiales, más de 26.000 médicos y enfermeras se han contagiado.
Es una actitud muy semejante a la que se produce en estados de guerra cuando el individuo no vacila en sacrificar su vida en aras de la patria a la que sirve. El uniforme, el compañerismo y la creencia en un ideal llevan al soldado a preferir una muerte honorable que una supervivencia indigna. El antropólogo Spencer señala que en los conflictos bélicos la identidad individual queda suprimida en aras de los intereses colectivos.
Esto queda expresado en el famoso discurso de Churchill en junio de 1940 en el Parlamento, radiado por la BBC, cuando pidió a los británicos «sangre, sudor y lágrimas». No les prometió la victoria, apeló a la dignidad y al patriotismo de sus conciudadanos frente al derrotismo de algunos miembros de su Gabinete como Lord Halifax, que quería un armisticio con Hitler.
Esta es la actitud que estamos viendo en algunos estamentos de la sociedad española, que, frente al sectarismo que están demostrando algunos políticos, ofrecen lo mejor de sí mismos sin pedir nada a cambio. Esperemos que ese sacrificio no caiga en el olvido.
Cuando creíamos que la frivolidad, el amor al dinero, el culto a la fama y el apego a lo material habían eclipsado los sólidos valores que nos inculcaron nuestros padres y abuelos, observamos cómo cientos de miles de ciudadanos se juegan la vida por los demás. Es realmente emocionante y demuestra, como señalaba Camus, que en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio....Pedro García Cuartango

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