En 2015, Sánchez regaló graciosamente las alcaldías de varias importantes ciudades españolas a Podemos y sus franquicias asociadas, cuando ni siquiera habían ganado las municipales y rechazaban «el régimen del 78», la Monarquía y la Constitución. Activistas, predicadores progresistas y diletantes, que luego demostraron que no sabían hacer la o con un canuto, como Doña Manuela y Colau, fueron obsequiados por el PSOE con el gobierno de capitales como Madrid, Barcelona, Zaragoza o La Coruña. La limpieza de las calles y otros servicios básicos empeoraron drásticamente. Los presupuestos ni siquiera se ejecutaban y no aparecía una sola idea para mejorar la vida práctica de «la gente» y su economía. Pero aquella situación de deterioro no provocó insomnio alguno a Sánchez, su responsable último, que dormía como un buda mientras los vecinos soportaban la roña y el desorden.
En junio de 2018, Sánchez urdió en la sombra una turbia operación con Podemos para granjearse el apoyo de los separatistas, echar a quien había ganado las elecciones y okupar La Moncloa sin haber sido el más votado, algo que jamás había ocurrido en la democracia española. Encamarse con los populistas antisistema de Iglesias, con los golpistas catalanes y con Bildu no le quitó el sueño ni un segundo.
En julio de 2019, Sánchez cortejó a Podemos calificándolo de «socio preferente», era el aliado imprescindible para «un proyecto progresista». Para intentar sacar adelante su investidura, llegó a ofrecerles tres ministerios y una vicepresidencia. En julio, hace solo dos meses, tener a Podemos dentro de su Gobierno no le quitaba el sueño.
Septiembre de 2019, se aproximan unas nuevas elecciones. Sánchez y su Rasputín de cabecera han llegado a la conclusión -cierta- de que los votos se pescan en el centro (algo que también está aprendiendo Casado). Así que el eventual presidente aparece en la tele al rojo vivo en tono moderado y contrito, y en una entrevista a la carta fustiga a los separatistas y los comunistas de Iglesias y explica que si tuviese a Podemos en su Gobierno «no podría dormir de noche».
Por primera vez he de reconocer que concuerdo de pleno con una valoración del hacendado de Galapagar, quien ha calificado el comportamiento de su exsocio tachándolo directamente de mentiroso. Sánchez está intentando hacer aquello que Abraham Lincoln consideraba un imposible: «Engañar a todo el mundo todo el tiempo». El 10 de noviembre sabremos si el pueblo español está definitivamente aborregado por la propaganda y las televisiones y da por bueno que le tomen el pelo, o si conserva un atisbo de buen juicio político para descartar como mandatario a quien hace de las trampas su divisa.
De entrada, yo no apostaría por el sentido común. En la España de Sánchez una mentira repetida una docena de veces pasa a convertirse en una gran verdad (ahí sigue, por ejemplo, el presidente plagiador del Senado, filósofo de piel de rinoceronte, que sobrelleva el deshonor académico la con jeta incólume de un pícaro de Quevedo). La España eterna......Luis Ventoso
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