Leibniz defiende en su «Discurso de metafísica» la predestinación con estas palabras: «Todo lo que le ha de ocurrir a una persona está ya virtualmente comprendido en su naturaleza o noción».
Leibniz visitó a Spinoza en su casa de La Haya en 1676, donde ejercía el trabajo de pulidor de lentes. Había calificado su obra de «espantosa» e «insolente» porque creía que ejercía una influencia perniciosa sobre las buenas conciencias.
Me gustaría haber podido ver la escena por un agujero. Imagino al filósofo cortesano y diplomático recriminando al judío hereje por negar la existencia de un Dios personal y la inmortalidad del alma. Spinoza murió unos meses después de aquel encuentro y tenía serios problemas para publicar su «Ética».
A lo largo de su vida, Leibniz intentó refutar el pensamiento de Spinoza, cuya personalidad le impresionó por su austeridad y su indiferencia a las opiniones del prójimo. Había sido expulsado de la comunidad judía en su juventud y el único compromiso que mantuvo a lo largo de su vida fue la búsqueda de la verdad. Por el contrario, el filósofo alemán era un hombre solicitado por los reyes y la aristocracia por su inteligencia práctica y su habilidad política.
Leibniz publicó su «Discurso de metafísica» nueve años después de la muerte de Spinoza y seguramente estaba pensando en él cuando aseguró que la conducta de los hombres responde a su naturaleza. En el fondo, estaba diciendo que el autor de la «Ética» estaba predestinado por su carácter a esas ideas heréticas que tanto le perturbaban.
Es muy posible que en su fuero interno Leibniz admirara la osadía intelectual de Spinoza, que cuestionó todas las verdades de su tiempo mientras que él recorría las cortes europeas y trataba con poderosos personajes. Salvando las distancias históricas, Leibniz se inscribía en una tradición de lo políticamente correcto mientras que Spinoza no aceptaba ningún principio por el hecho de haber sido dictado por la autoridad política o eclesiástica.
Tres siglos después de su desaparición, sus trayectorias cobran actualidad en la medida en que cualquier persona que intente comprender el mundo en el que vive tiene que elegir hoy entre iniciar una búsqueda individual de la verdad o apuntarse a los dogmas establecidos. Esto es especialmente relevante en nuestro país, donde cuestionar los tópicos dominantes supone ser expulsado de la comunidad biempensante.
Se ha creado un estado de opinión en el que cualquiera que no asuma los postulados oficiales del feminismo, la memoria histórica, el cambio climático, los derechos LGTBI o la superioridad moral de la izquierda es un reaccionario. No es que yo esté en contra de esos colectivos porque en muchas cosas pueden tener razón, pero la forma de imponer sus ideas resulta aborrecible. Me identifico con Spinoza cuando decidió encerrarse en una habitación para ver el mundo desde sus libros y sus lentes sin importarle la verdad que otros proclamaban a gritos como indiscutible......Pedro García Cuartango
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