No hay duda: el clima ha empeorado. El deterioro avanza y se ha llegado ya al extremo de que padecemos episodios violentos. A estas alturas resulta indiscutible que detrás del problema late la mano del hombre.
Nos referimos, por supuesto, a la degradación del clima social, político y económico en Cataluña, obra de personas muy concretas. El cleptómano patriarca Jordi Pujol sentó los cimientos del sueño rupturista. Taimado y tirando a cobardón, jugaba con dos barajas. Por una parte se presentaba como hombre de Estado y pilar de estabilidad; el fiel de la balanza de la gobernabilidad por cuya taquilla pasaba siempre «Madrit». Aquella suerte de ponderado maestro Yoda incluso recibió las más altas condecoraciones estatales mientras maquinaba contra la nación. En realidad se trataba de un independentista fervoroso, cuya primera meta era fomentar en las aulas el extrañamiento hacia la idea de España e ir sembrando «país». Pujol dejó empaquetadas todas las estructuras de la futura República, a la espera de activar la espoleta de la «desconexión» ante la primera debilidad del adversario. Por puro afán de supervivencia personal, ese paso lo dio un trepa de principios volubles, un chico bien que hasta entonces venía renegando de la independencia: Artur Mas, el delfín. Al verse en la presidencia de la Generalitat con las arcas en quiebra y un agudo malestar por la crisis, Mas buscó un chivo expiatorio al que culpar de su fracaso y los recortes (España) y en 2012 lanzó el «proceso soberanista». Pero Artur todavía temía un poco al Estado. No así sus fanatizados sucesores, Junqueras y Puigdemont. Se creían de tal manera sus embustes propagandísticos que veían al Estado como un paquidermo disecado. El acelerón final les pareció posible, y pisaron el pedal hasta el fondo. Con toda su pachorra, Rajoy detuvo aquel golpe mediante el 155, al que en principio se oponían Rivera y Sánchez. Pero Rajoy no leía a Maquiavelo («Si toleras el desorden para evitar la guerra, tendrás primero desorden y después guerra»). Dejó la tarea a medias, con el cañón de TV3 abierto, y no tomó ninguna medida activa para dar la batalla cultural y sentimental en Cataluña (demasiado «lío»). La llegada al Gobierno de un oportunista de pocos escrúpulos, Sánchez, llevó la crisis al surrealismo. El líder del PSOE, que había apoyado el 155, llegaba a La Moncloa conchabado con los golpistas y recibía en palacio a Torra -al que antes llamaba Le Pen- ataviado con el lazo amarillo que simbolizaba la insurrección contra España.
El cacareado «diálogo» de Sánchez, un imposible, ha acabado en bombas caseras y en la aprobación el jueves en el Parlament del derecho de autodeterminación de los «Países Catalanes», una declaración de desobediencia institucional (las autoridades catalanas podrán fumarse la legalidad si les place), la amnistía preventiva de los golpistas y la expulsión de la Guardia Civil. Celaá, pura flema alienígena, no ve motivo para otro 155. Cualquier patriota español ve otra cosa: urge echar a Sánchez en noviembre y contar con un presidente capaz de restaurar el orden en Cataluña, hoy la balsa de la Medusa......Luis Ventoso
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