La «rabiosa actualidad» relativa al destino de los restos de Francisco Franco ha desplazado de las portadas un «asunto menor», cual es la detención en Barcelona de un comando terrorista independentista que planeaba atentar en Cataluña de manera inminente. Lógico. Al fin y al cabo, murió hace 44 años mientras que estos individuos no solo forman parte integrante del mayor desafío al que se enfrenta España, sino que representan una escalada determinante en ese conflicto: el regreso a la violencia pura y dura, a la intimidación mediante las armas, como «argumento» político. ¿Quién no entendería que prioricemos al difunto dictador en el orden de nuestras preocupaciones? ¡Tiene todo el sentido del mundo!
Mientras el Gobierno en funciones, su presidente-candidato, sus múltiples terminales mediáticas y la parte contratante de la segunda parte, que también desempeña su papel, nos entretienen con esa disputa estéril, se está fraguando ante nuestros ojos una repetición exacta de nuestra historia más negra. Y lo peor es que viéndolo, sabiéndolo, disponiendo de todos los elementos de juicio necesarios para actuar todos a una con el fin de frenar al tren antes de que descarrile, nos empecinamos en fingir que en realidad no pasa nada.
Cataluña sigue los pasos que anduvo el País Vasco en los «años de plomo». Afortunadamente esta vez la actuación de Guardia Civil ha impedido a los terroristas «poner muertos encima de la mesa», pero la intención de los CDR era exactamente esa. Por eso es la Audiencia Nacional la encargada de la operación y por eso la Fiscalía les imputa gravísimos delitos de terrorismo y rebelión. Con todo, lo peor no es que nueve asesinos en potencia estuvieran preparando explosivos para sembrar el terror. Lo peor, con diferencia, es la reacción del presidente de la Generalitat ante la noticia, acusando al Estado de «ejercer la represión como única respuesta». Porque sucede que él, Torra, es la máxima representación de ese Estado en Cataluña. Lo peor, por tanto, es que tengamos a la zorra custodiando a las gallinas. Lo peor es que confundamos tolerancia con irresponsabilidad y consintamos que la primera autoridad de una comunidad autónoma española anime abiertamente a sus vanguardias armadas; esto es, a sus «comités de defensa de la república», a «apretar», no sabemos si el gatillo, el detonador, o ambas cosas. Esto es lo que debería quitarle el sueño a Pedro Sánchez, mucho antes que los huesos de Franco o la competencia electoral de Pablo Iglesias.
Decía mi admirado Albert Boadella en los años noventa que el nacionalismo catalán obtenía por cooptación todo lo que arrancaba el vasco merced a la sangre derramada por los matarifes de ETA. Y tenía razón. Claro que, antes de beneficiar a los separatistas catalanes, esa sangre era rentabilizada por los recogedores de nueces del ahora blanqueado PNV, considerado por todos la quintaesencia de la moderación. Fue su entonces presidente, Javier Arzalluz, quien pronunció la célebre frase de «no conozco un solo pueblo que haya obtenido su liberación sin que unos arreen y otros discutan. Unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas». Sustituya el lector «arreen» por «aprieten» y estarán ante la manifestación actual del miserable reparto de papeles que establece el independentismo legal con su versión violenta en el empeño de doblar el brazo a la Nación, la Constitución y la democracia.
Tardamos casi cuatro décadas repletas de dolor y muerte en desenmascarar ese apaño infame, y algunas pagamos un altísimo precio por hacerlo. ¿Cómo es posible que volvamos a estar en la casilla de salida?.....Isabel San Sebastián
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