Los CDR operan sobre la hipótesis de la existencia de un Estado paralelo y dotado de ejército: los «mozos de escuadra»..
La llama que el fulminante genera es mínima: una chispa apenas. El efecto que de ella se sigue puede ser la muerte. El fulminante pone tan sólo el nimio fogonazo que hace falta para prender la dosis bien medida de pólvora que, en la vaina del cartucho, propulsará, al estallar, el proyectil hacia su destino. No mata el fulminante, desde luego: apenas si dejaría en la mano, al prender, la llaga de una quemadura. Pone, sí, en movimiento la bala que mata. A través de conjugadas determinaciones: vaina, pólvora, estallido, propulsión, proyectil, distancia, puntería. Pero esa mínima chispa que inicia la ignición es condición necesaria de todo cuanto viene luego. Sin fulminante no hay disparo.
Acción-reacción-acción… y vuelta a empezar: la espiral insurreccional es tan vieja como el mundo. Funciona siempre. Aunque su resultado no es necesariamente aquel que sus inductores planificaron. Y puede muy fácilmente -así sucedió con Ernesto «Che» Guevara y su pequeño grupo de hombres armados en Bolivia- acabar por dar el vuelco a un suicidio planificado. Pero una vez puesta en marcha la cadena de sus determinaciones materiales, no existe ya línea de retroceso: la bala parte.
La novedad ahora, en el caso catalán, merece ser estudiada. En el modelo clásico, la acción del núcleo guerrillero busca provocar respuestas desmedidas en los cuerpos armados que garantizan la defensa del Estado. E implementar sus simbólicas represivas. De sus previsibles actuaciones indiferenciadas sobre la población, se seguirían malos tratos y aun masacres ciudadanas que acabarían por prender la pólvora de un estallido popular generalizado. A eso se daría nombre de revolución, aunque, en la mayor parte de los casos, se haya tratado, en el siglo XX, de golpes de Estado guiados por un solo partido de vanguardia.
En Cataluña, los CDR operan sobre la hipótesis de la existencia de un Estado paralelo y dotado de ejército propio: los «mozos de escuadra» (pintoresco el nombre, pero excelentemente armada la fuerza). La acción terrorista no buscaría, en este caso, una reacción potencialmente represiva de la fuerza armada, sino todo lo contrario: su incorporación mayoritaria al bando de los insurrecciónales. Con el consenso comprensivo -cuando no la orden política explícita- del mando supremo de ese que es visto como el ejército germinal de la nación emergente.
Bajo la dirección política de la Presidencia de la Generalitat -se deduce de las declaraciones de los detenidos-, los «mozos» tomarían entonces militarmente Cataluña y, con la legitimación de un parlamento autónomo que se autoproclamase Asamblea Constituyente Catalana, podrían, este vez de verdad, proclamar una independencia que no fuera tan sólo la verbena lastimosa de hace dos años.
Tal es la alucinación patriótica de los CDR, esa guerrilla de salón. Pero, en política, de las alucinaciones de salón se siguen con frecuencia efectos trágicos. No se juega vanamente con los fulminantes. No, cuando el cartucho entero está en buen uso....Gabriel Albiac
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