No Al Olvido

domingo, 8 de septiembre de 2019

# Bierzo..Sofocado un fuego intencionado a las puertas de Riego de Ambrós..Ponferrada,Torneo de bolo berciano..Matavenero Utopía..Video..MATAVENERO 1990 (El Bierzo. León.!!!


Un incendio intencionado a las puertas de Riego 
de Ambrós, en en el término municipal de Molinaseca,
 atravesó en la mañana de ayer el Camino de Santiago y
 amenazó el casco urbano, lo que obligó a intervenir 
también a los bomberos de Ponferrada, junto al helicóptero
 con base en Rabanal, una brigada y un camión autobomba.
 Las llamas finalmente solo afectaron a menos de media 
hectárea de matorral, aunque el alcalde de Molinaseca, 
Alfonso Arias, mostró su preocupación por el carácter intencionado.
 «Ha comenzado al borde del Camino, así alguien le ha prendido»,
 se quejó. La Junta de Castilla y León confirmó después
 que la mano del hombre está detrás del fuego.
No fue el único incendio intencionado registrado en el Bierzo.
 Durante la madrugada de ayer habían comenzado otro fuego
 que finalmente calcinó casi tres hectáreas de pinar joven en 
Sorbeda del Sil (Páramo del Sil). Y antes de la medianoche
 del viernes, en Robledo de las Traviesas se inició un nuevo 
fuego que calcinó tres hectáreas y media arboladas.
 En ambos casos trabajaron bulldozers. Y en Dehesas, 
en Ponferrada ardió una pequeña superficie de chopos...

Torneo..

El espacio junto a Estación Arte del Museo del Ferrocarril

 fue el lugar donde ayer se celebró la cuarta edición 

del Torno de Bolo Berciano, un juego ancestral muy 
arraigado en municipios del Bierzo Oeste como 
Onecia, Sobrado o Villafranca.
 El concejal del Medio Rural, Iván Alonso,
 tratará de que haya una inversión para adecuar espacio en el Temple.

Mata Veneno Utopía
 Me encantó la luz», decía ayer Nina Schaer en su casa de Requejo de 
Pradorrey mientras recordaba el momento en que —
se cumplen ahora treinta años— pisó por primera vez 
la aldea abandonada de Matavanero, asentada en la rodilla
 de una roca de los Montes de León, en Torre del Bierzo. 
Nina venía de trabajar ocho horas al día en una oficina 
en Suiza donde realizaba resúmenes de prensa. 
«Pero me faltaba el contacto con el suelo»,
 le contaba ayer a este periódico. «Yo tenía un piso en
 Basilea y un trabajo. A las 5.40 de la mañana me iba
 de mi casa al trabajo en Zürich y volvía a las seis de la tarde.
 Mi economía iba bien, pero me faltaba lo elemental.
 Toda mi familia se echó las manos a la cabeza 
cuando les dije lo que quería hacer».
Algo más de dos años después, y en mitad de una temporal
 de nieve que mantenía en jaque a toda la provincia 
de León, nacía en una casa en ruinas de Matavenero 
su hijo Pablo, convertido en el primer varón que venía
 al mundo en el pueblo en tres décadas. (Dos meses atrás
 también había nacido una niña, pero sus padres se habían 
ido porque el bebé «no estaba bien», recuerda Nina).
 Era el 7 de diciembre de 1990, los primeros habitantes
 de la aldea repoblada se preparaban para pasar su
 segundo invierno, y Nina, que acabaría siendo la primera
 maestra del pueblo, ya tenía hecha la maleta para trasladarse
 a Asturias, donde quería tener a su hijo de parto natural,
 pero en una vivienda que no estuviera metida entre 
las montañas. La joven, sin embargo, empezó a sentir 
contracciones cinco semanas antes de lo previsto y todos sus planes 
saltaron por los aires. A las ocho de la mañana de aquel día nevado 
—guarecidos sus compañeros en la aventura de repoblar
 Matavenero dentro de sus tipis de tela, o en lo que quedaba 
en pie de las antiguas casas del pueblo después del incendio 
que había sufrido una década atrás durante un festejo de cazadores
— se hizo evidente que la parturienta iba a necesitar al menos 
la ayuda de una matrona. A Germán Duce, canario que venía
 de residir en Valladolid y primer alcalde del nuevo Matavenero,
 y a Lotsche Hartliep, ya fallecido, no les quedó más remedio
 que descender las montañas cubiertas de nieve hasta Bembibre.
 Siete horas tardaron en volver con ayuda. Siete horas en las 
que tuvieron que cambiar de vehículo porque el todoterreno
 de la Cruz Roja que los subía con una matrona y una auxiliar —
y no dos médicos, como publicaría después la prensa—
 tenía los neumáticos en mal estado.
«Eran dos chicas muy asustadas. El médico les había dicho que 
me sacaran de allí, pero yo no me podía mover. Se miraron 
la una a la otra y se preguntaron; ‘¿Y qué hacemos con ella?»
. Al final, la matrona hizo lo que le habían enseñado y Pablo,
 que hoy vive en Madrid y es traductor como su madre, nació sano.
Aquella utopía, porque lo ha sido, y quizá todavía lo sea de 
alguna forma, había comenzado en el verano de 1988, durante
 la celebración en la campa de Fasgar, por encima de
 Colinas del Campo, del Encuentro anual Raibonw; 
un movimiento internacional vinculado con comunidades
 alternativas como la de Christianía en Dinamarca, o
 la de Santa Bárbara en Alemania, herederas del pacifismo
 y el ecologismo hippie de los años sesenta.
«Leímos una lista de pueblos abandonados en el periódico»
, contaban esta semana en su casa edificada sobre una antigua cuadra de
 Matavenero el músico alemán Uli Wuttke, uno de los pocos pioneros
 que siguen viviendo en la aldea después de treinta años, y su pareja
 la austriaca Ana Tazgern, para recordar el momento en que tomaron
 la decisión de repoblar uno de aquellos lugares 
de lo que hoy llamamos la España vacía.
Camino de su trabajo actual en una finca ecológica de Menorca,
 Germán Duce —que se fue de Matavenero en 1995, frustrado porque
 la comunidad no se ponía de acuerdo para crear una cooperativa
 forestal que sirviera de autoempleo al pueblo— también le 
cuenta por teléfono a este periódico cómo el movimiento Rainbow hizo
 un llamamiento internacional que reunió a doscientas personas
 interesadas en participar en una hipotética repoblación. 
Puso en alquiler su piso de Valladolid y se unió a un primer 
grupo junto a Nina, Uli y Lotsche, los alemanes Henning
 Bethge y Heinz Vzwecr, y, procedentes de Christianía, 
el suizo Martin Brandli y el norteamericano Jeff Blossom,
 para empezar a localizar aldeas deshabitadas. Nina realizó
 el trabajo de campo y todavía guarda un cuaderno con aquellas 
localizaciones, cuenta el que por entonces era alcalde de 
Torre del Bierzo, el hoy concejal Melchor Moreno, uno de 
los mayores valedores de aquellos jóvenes entusiastas.
Después de comprobar que en Los Montes de la Ermita,
 los antiguos propietarios de las casas se oponían a su 
desembarco, probaron con Matavenero y Poibueno, 
deshabitados desde 1965 y, sobre todo el primero, convertidos 
en refugio de cazadores. Así fue como un buen día se plantaron
 a la puerta del despacho del entonces vicepresidente de
 la Diputación de León, Matías Llorente, con competencias 
en desarrollo rural, convencidos de que había un plan para 
repoblar aquellas aldeas abandonadas que aparecían en la lista 
del periódico. «Nos agarramos a este hilo, pero no 
había ninguna convocatoria, ni ningún presupuesto detrás»,
 recuerda Germán Duce.
«En realidad era un estudio sobre la despoblación», puntualizaba ayer 
Llorente, que entabló amistad con aquellos hippies de pelo largo, 
desaseados y a veces descalzos —aunque Nina cuenta entre risas 
que «unos kilómetros antes de León» solían parar el coche y se 
ponía ropa de vestir para dar buena impresión— que tantos 
prejuicios causaban en otros miembros de la Diputación. 
Llorente les orientó. «Les dije que la propiedad en este país
 es sagrada y que tenían que ver la posibilidad de que los dueños 
renunciaran a ella o la cedieran». Y a continuación citó en su 
despacho al alcalde de Torre para pedirle ayuda.
«Llorente quería evitar que hubiera problemas con los antiguos 
vecinos», explicaba esta semana Melchor Moreno. 
«Yo tenía 31 años, también era un poco hippie y me gustaba el proyecto», 
añade. Había que convencer a los antiguos propietarios de que la idea 
del movimiento Rainbow era buena y sus miembros gente de fiar. 
Y lo consiguieron, sin necesidad de comprar ninguna propiedad 
—lo que hoy no deja de ser una debilidad para la comuna, admite Duce—
 y con la ayuda de Moreno, que dejaría de ser alcalde en 1991, y 
del concejal Nicanor Calvete. «El resto de la corporación se oponía»,
 recuerda el antiguo regidor.
A los cazadores tampoco les gustó que Matavenero volviera a estar
 habitado. El 27 de septiembre de 1989 la comuna había empezado 
a andar y a veces se oían disparos muy cerca de la aldea para amedrentarles.
 Durante el primer año, la Guardia Civil también subió a verles, pero 
esgrimieron, recuerda Nina, el anteproyecto que habían presentado
 en la Diputación. «Nos sirvió de escudo». Con el permiso de los antiguos pobladores 
—en San Facundo vivían los dos ultimos habitantes de Matavenero, 
Avelino Morán ‘Patazumba’ y Luis Morán ‘Picalinas’, que se habían
 ido del pueblo en 1965, y también la señora ‘Maruchina’, que les cedió 
su casa abandonada y a la que recuerda con mucho cariño Uli Wutkke—
 el siguiente paso fue reflotar la Junta Vecinal.
«En la asistencia a municipios de la Diputación jamas me
 dieron una información correcta», asegura, muy crítico, Germán Duce,
 el único español de aquel grupo de pioneros, que se echó sobre 
la espalda la responsabilidad de todo el papeleo y acabó por ser el 
primer alcalde de Matavenero. Y en Torre, hubo quien les hizo
 creer que la Junta Vecinal, titular de las tres mil hectáreas 
de montes comunales se había disuelto. No era cierto. 
«Las administraciones nos mintieron como a bellacos.
 Rechazaban nuestro aspecto. Si hubiéramos ido con 
doscientos mil euros de inversión para hacer un hotel
 no nos hubiéramos encontrado con tantos prejuicios»,
 se lamenta Duce.
Al final lograron crear una agrupación electoral, apolítica,
 y se presentaron a las elecciones de 1991. Desde entonces,
 Matavenero y Poibueno son una Junta Vecinal legalmente 
constituida, con escuela —estos días construyen una
 casa exagonal para la maestra actual—, biblioteca, ropero, 
comedor comunal y panadería. «Un pueblo más de la provincia de León»
, recalca Matías Llorente. «Solo aceptaron una subvención para
 la traída del agua», asegura Melchor Moreno. Y hoy Matavenero 
cuenta con agua corriente, electricidad —prácticamente todas las casas 
tienen paneles solares—, un teleférico para bajar los materiales y la
 Diputación ha cumplido la promesa que les hizo Llorente. 
«Me pidieron que nunca asfaltáramos la pista del pueblo».
En Matavenero y Poibueno —que ya preparan una fiesta de tres días
 para celebrar su 30º aniversario— viven ahora más 60 habitantes de
 forma permanente, calcula Wuttke. Y en estos años han nacido 
más de 50 niños, aunque la nueva generación prefiera acudir ahora 
al hospital, reconoce el músico que se gana la vida en el grupo celta Rapax. 
Lejos quedan los días de la nieve, cuando llegó Pablo. O los del tipi donde
 seis meses después nació Kevin, el primer hijo de Uli —
hoy esquilador profesional que ha pasado temporadas de trabajo en Nueva Zelanda
— y fue el músico, orgulloso, el que se encargó 
de cortarle el cordón umbilical que todavía le unía a su madre...

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