Concierto Aitana en el Auditorio Municipal de Ponferrada
Hoy el sábado 7 de septiembre a las 22:00 horas.
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Ponferrada recibe a Aitana en concierto el sábado 7 de septiembre
en el Auditorio Municipal con motivo
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Agenda León fin de semana 6 - 8 de septiembre: fiesta, cine y cultura
Un plan para incluir, sí o sí, en tu agenda
fin de semana, no olvides que quien canta, su mal espanta.
CUÁNDO: SÁBADO 7 DE SEPTIEMBRE a las 22:00 horas
DÓNDE: Auditorio Municipal Ponferrada
ENTRADAS: 35,50€
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Ponferrada..
.La esquina más alta de la Ciudad
El dependiente de los Almacenes Santana, en el centro de la
nueva Ponferrada, escuchó «un golpe terrible» en la calle.
Faltaban unos minutos para la una de la tarde y cuando
descorrió las cortinas de la tienda de ropa situada en
el arranque de la calle Capitán Losada —
así se llamaba entonces la avenida de España—
descubrió el horror; un hombre muerto en la acera, partido en dos.
«El camión lo había cortado por la cintura, me quedé mudo cuando lo vi»,
rememoraba hace unos días, reacio a que aparezca su nombre
en el periódico y cuarenta y ocho años después de uno de
los accidentes más escalofriantes ocurridos en Ponferrada.
Era el 23 de julio de 1971 y un camión sin frenos acababa de
cruzar la ciudad cargado azúcar, igual que un caballo desbocado.
Sin frenos tras descender la pendiente del Montearenas
y entrar en la cuesta empinada de la calle General Vives
«sorteando vehículos y peatones», informaba el diario Proa,
por toda la calle José Antonio (hoy avenida de La Puebla)
y la plaza de Julio Lazúrtegui, hasta arrollar a una treintena
de personas que esperaban en la parada del autobús a los pies
de los Almacenes Santana en uno de los bajos del Edificio
Uría, casi un rascacielos de nueve plantas en la esquina
más alta, y también la más estrecha, de la ciudad.
El accidente dejó un muerto en la acera, Edelmiro Sánchez, vecino
de Cortiguera de 29 años, y diez heridos; cinco de ellos graves
y uno más, moribundo, que fallecería poco después y que
tardó en ser identificado, pero con las iniciales A.R. grabadas
en su ropa interior, según la información de Proa.
«Era mi abuelo Antonio Rodríguez de las Heras, de 69 años»,
afirma Carlos Rodríguez, propietario del Bar la Destilería.
«Mi padre fue quien lo identificó y aquello
lo dejó muy marcado. Nunca contó nada».
No fue para menos. Según publicaba Proa, «los atropellados
fueron lanzados hacia la pared inmediata y los escaparates
de Almacenes Santana, mientras que el vehículo, sin detenerse,
continuó unos setecientos metros su carrera hasta la avenida de Portugal,
atravesando la calle Capitán Losada, sembrando el pánico entre el público».
Como si fuera el diablo sobre ruedas del telefilme
de un joven Steven Spielberg que la cadena ABC emitiría
por primera vez en noviembre de aquel mismo año, el Barreiros
matriculado en La Coruña con el número 45871, cargado de
azúcar en Bembibre y conducido por el chófer Manuel Martínez Naya
(su nombre apareció el mismo día del accidente en la edición
de tarde de Diario de León y al día siguiente también en Proa)
junto al ayudante Francisco Grela Villarino, había atravesado
toda la ciudad sin frenos. «Gracias a la habilidd del chófer no hubo más muertos»,
rememora el discreto dependiente de los Almacenes Santana
que accede a hablar con este periódico
a condición de que no publiquemos su nombre.
Y todo había ocurrido a la sombra del moderno edificio
Uría, un inmueble construido la década anterior que
este verano ha cumplido sesenta años desde que el Ayuntamiento
aprobó el proyecto; un icono de la Ponferrada del desarrollismo,
a la que todavía llamaban la Ciudad del Dólar por todo
el dinero que movían la minería del carbón y la empresa
eléctrica Endesa; un edificio alto y estrecho, que recordaba
al famoso Flatiron de Nueva York, obra del arquitecto
cántabro José Martínez Mirones, que marcó toda
una época en el urbanismo de la capital berciana
, pero vacío en sus plantas superiores.
Nacido en Santander en 1908, Mirones se encargó además de
darle el visto bueno en el Ayuntamiento a su propio proyecto,
porque entre 1943 y 1975 fue el arquitecto municipal. Los planos
del inmueble edificado por el constructor de Camponaraya
José Fernández Pérez y los sucesivos expedientes con los que
el Ayuntamiento autorizó, entre 1959 y 1961, primero una altura
de cinco plantas, después de siete, luego de ocho y finalmente
de nueve, se conservan en el Archivo Histórico Municipal.
«Tengo el honor de informarle de que no hay inconveniente»,
se puede leer en la documentación consultada por este periódico.
Mirones informaba así de su resolución como técnico municipal
a quien no dejaba de ser cliente de su despacho profesional;
el empresario berciano Antonio Uría Juárez, para el que desde
el primer momento había diseñado un edificio de nueve plantas,
bajo y entreplanta y dos sótanos, con estructura de hormigón y hierro
forjado y «cimientos y zapatas para pilares de hormigón ciclópeo
de 200 kilos de cemento por metro cúbico», se lee en el proyecto.
Cada una de las nueve plantas residenciales del inmueble que
había roto la línea del horizonte en la plaza de Lazúrtegui tenía 195 metros
cuadrados útiles y debía contar con cinco dormitorios, salón de estar,
comedor, despacho con balcón y dos armarios empotrados.
Y el coste exacto de la obra era de dos millones, seiscientas noventa
y un mil doscientas noventa y dos pesetas, con ciento sesenta y tres
céntimos (2.691.292, 163). Una cifra que hoy equivaldría
a unos 16.000 euros, pero que entonces suponía una fuerte inversión.
Antonio Uría Juárez había hecho fortuna con negocios tan variados
como una panadería, una zapatería o el bar Greco, y no tuvo que
pedir ningún crédito para financiar la construcción. Propietario
de otros inmuebles en la avenida de José Antonio o en
la calle Gómez Núñez, donde tenía su domicilio, el
empresario había comprado el edificio de planta baja que
ocupaba la esquina de las calles Capitán Losada con la avenida
de Calvo Sotelo (hoy calle Camino de Santiago), lleno de
locales comerciales a los que indemnizó y popularmente conocido
con el macabro sobrenombre de ‘El Ataúd’ por la extraña
forma de su planta. La idea de Uría era levantar el que
por entonces iba a ser el edificio más alto de Ponferrada, con un parecido
evidente con el Fuller Building de Manhattan, al que
los neoyorkinos comenzaron a llamar Flatiron por su forma de plancha.
El edificio estaba aparentemente terminado en 1963, pero en realidad,
más allá de los locales comerciales del bajo y la entreplanta, donde
el propio Uría regentaba los Almacenes Santana, era una fachada
vacía. Hubo que esperar a 1989 para que la familia Uría, que nunca
tuvo ninguna prisa por alquilar la parte residencial el inmueble,
acondicionara las viviendas que hoy siguen ocupando
los descendientes del promotor
—tuvo seis hijos— en las seis plantas superiores. Los tres primeros pisos
también sirvieron para acoger distintos negocios en los años noventa,
desde una inmobiliaria o despachos de abogados, a una empresa
de diseño, y todavía hoy son espacios comerciales. En la
actualidad, y después de que Antonio Uría hijo mantuviera
allí una zapatería y una entidad bancaria lo alquilara
como sucursal, el bajo y la entreplanta vuelven a estar vacíos.
Otra cosa es que el sobrenombre del edificio sobre el que se levantó,
o el accidente dantesco de 1971 hayan recalentado la imaginación
de muchos ponferradinos. Porque la familia también niega, a pesar
de lo que afirmaban esta primavera desde el Ayuntamiento y la
Confederación Hidrográfica del Miño Sil, que haya mantenido
un litigio para evitar la expropiación de la azotea donde está instalada
desde el mes de abril una de las alarmas que deben avisar de la rotura
de la presa de Bárcena. El que fue icono de una ciudad que ya no existe
se ha convertido así en el guardián que, desde lo alto de sus
nueve plantas, vela para que la Ponferrada del siglo XXI no desaparezca.
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