No Al Olvido

sábado, 7 de septiembre de 2019

# Bierzo.Ponferrada...Concierto Aitana en Ponferrada...La esquina más alta de la Ciudad del Dólar...Video...!!!

Concierto Aitana en el Auditorio Municipal de Ponferrada 
Hoy el sábado 7 de septiembre a las 22:00 horas.
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Ponferrada recibe a Aitana en concierto el sábado 7 de septiembre 
en el Auditorio Municipal con motivo
 de las Fiestas de la Encina 2019. Apúntatelo 
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Agenda León fin de semana 6 - 8 de septiembre: fiesta, cine y cultura
Un plan para incluir, sí o sí, en tu agenda 
fin de semana, no olvides que quien canta, su mal espanta. 
CUÁNDO: SÁBADO 7 DE SEPTIEMBRE a las 22:00 horas
DÓNDE: Auditorio Municipal Ponferrada
ENTRADAS: 35,50€
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Ponferrada..
.La esquina más alta de la Ciudad
El dependiente de los Almacenes Santana, en el centro de la 
nueva Ponferrada, escuchó «un golpe terrible» en la calle. 
Faltaban unos minutos para la una de la tarde y cuando
 descorrió las cortinas de la tienda de ropa situada en 
el arranque de la calle Capitán Losada —
así se llamaba entonces la avenida de España—
 descubrió el horror; un hombre muerto en la acera, partido en dos.
«El camión lo había cortado por la cintura, me quedé mudo cuando lo vi»,
 rememoraba hace unos días, reacio a que aparezca su nombre 
en el periódico y cuarenta y ocho años después de uno de
 los accidentes más escalofriantes ocurridos en Ponferrada.
 Era el 23 de julio de 1971 y un camión sin frenos acababa de 
cruzar la ciudad cargado azúcar, igual que un caballo desbocado.
 Sin frenos tras descender la pendiente del Montearenas
 y entrar en la cuesta empinada de la calle General Vives 
«sorteando vehículos y peatones», informaba el diario Proa,
 por toda la calle José Antonio (hoy avenida de La Puebla) 
y la plaza de Julio Lazúrtegui, hasta arrollar a una treintena 
de personas que esperaban en la parada del autobús a los pies 
de los Almacenes Santana en uno de los bajos del Edificio 
Uría, casi un rascacielos de nueve plantas en la esquina
 más alta, y también la más estrecha, de la ciudad.
El accidente dejó un muerto en la acera, Edelmiro Sánchez, vecino 
de Cortiguera de 29 años, y diez heridos; cinco de ellos graves
 y uno más, moribundo, que fallecería poco después y que 
tardó en ser identificado, pero con las iniciales A.R. grabadas
 en su ropa interior, según la información de Proa. 
«Era mi abuelo Antonio Rodríguez de las Heras, de 69 años»,
 afirma Carlos Rodríguez, propietario del Bar la Destilería.
 «Mi padre fue quien lo identificó y aquello 
lo dejó muy marcado. Nunca contó nada».
No fue para menos. Según publicaba Proa, «los atropellados 
fueron lanzados hacia la pared inmediata y los escaparates 
de Almacenes Santana, mientras que el vehículo, sin detenerse, 
continuó unos setecientos metros su carrera hasta la avenida de Portugal,
 atravesando la calle Capitán Losada, sembrando el pánico entre el público».
 Como si fuera el diablo sobre ruedas del telefilme 
de un joven Steven Spielberg que la cadena ABC emitiría 
por primera vez en noviembre de aquel mismo año, el Barreiros
 matriculado en La Coruña con el número 45871, cargado de
 azúcar en Bembibre y conducido por el chófer Manuel Martínez Naya 
(su nombre apareció el mismo día del accidente en la edición 
de tarde de Diario de León y al día siguiente también en Proa) 
junto al ayudante Francisco Grela Villarino, había atravesado 
toda la ciudad sin frenos. «Gracias a la habilidd del chófer no hubo más muertos»,
 rememora el discreto dependiente de los Almacenes Santana 
que accede a hablar con este periódico 
a condición de que no publiquemos su nombre.
Y todo había ocurrido a la sombra del moderno edificio 
Uría, un inmueble construido la década anterior que 
este verano ha cumplido sesenta años desde que el Ayuntamiento 
aprobó el proyecto; un icono de la Ponferrada del desarrollismo, 
a la que todavía llamaban la Ciudad del Dólar por todo 
el dinero que movían la minería del carbón y la empresa 
eléctrica Endesa; un edificio alto y estrecho, que recordaba 
al famoso Flatiron de Nueva York, obra del arquitecto 
cántabro José Martínez Mirones, que marcó toda 
una época en el urbanismo de la capital berciana
, pero vacío en sus plantas superiores.
Nacido en Santander en 1908, Mirones se encargó además de
 darle el visto bueno en el Ayuntamiento a su propio proyecto,
 porque entre 1943 y 1975 fue el arquitecto municipal. Los planos 
del inmueble edificado por el constructor de Camponaraya 
José Fernández Pérez y los sucesivos expedientes con los que 
el Ayuntamiento autorizó, entre 1959 y 1961, primero una altura
 de cinco plantas, después de siete, luego de ocho y finalmente
 de nueve, se conservan en el Archivo Histórico Municipal. 
«Tengo el honor de informarle de que no hay inconveniente», 
se puede leer en la documentación consultada por este periódico. 
Mirones informaba así de su resolución como técnico municipal
 a quien no dejaba de ser cliente de su despacho profesional;
 el empresario berciano Antonio Uría Juárez, para el que desde
 el primer momento había diseñado un edificio de nueve plantas, 
bajo y entreplanta y dos sótanos, con estructura de hormigón y hierro 
forjado y «cimientos y zapatas para pilares de hormigón ciclópeo 
de 200 kilos de cemento por metro cúbico», se lee en el proyecto. 
Cada una de las nueve plantas residenciales del inmueble que 
había roto la línea del horizonte en la plaza de Lazúrtegui tenía 195 metros
 cuadrados útiles y debía contar con cinco dormitorios, salón de estar,
 comedor, despacho con balcón y dos armarios empotrados. 
Y el coste exacto de la obra era de dos millones, seiscientas noventa
 y un mil doscientas noventa y dos pesetas, con ciento sesenta y tres 
céntimos (2.691.292, 163). Una cifra que hoy equivaldría 
a unos 16.000 euros, pero que entonces suponía una fuerte inversión.
Antonio Uría Juárez había hecho fortuna con negocios tan variados 
como una panadería, una zapatería o el bar Greco, y no tuvo que 
pedir ningún crédito para financiar la construcción. Propietario
 de otros inmuebles en la avenida de José Antonio o en
 la calle Gómez Núñez, donde tenía su domicilio, el 
empresario había comprado el edificio de planta baja que 
ocupaba la esquina de las calles Capitán Losada con la avenida
 de Calvo Sotelo (hoy calle Camino de Santiago), lleno de 
locales comerciales a los que indemnizó y popularmente conocido 
con el macabro sobrenombre de ‘El Ataúd’ por la extraña 
forma de su planta. La idea de Uría era levantar el que 
por entonces iba a ser el edificio más alto de Ponferrada, con un parecido
 evidente con el Fuller Building de Manhattan, al que 
los neoyorkinos comenzaron a llamar Flatiron por su forma de plancha.
El edificio estaba aparentemente terminado en 1963, pero en realidad,
 más allá de los locales comerciales del bajo y la entreplanta, donde
 el propio Uría regentaba los Almacenes Santana, era una fachada
 vacía. Hubo que esperar a 1989 para que la familia Uría, que nunca 
tuvo ninguna prisa por alquilar la parte residencial el inmueble,
 acondicionara las viviendas que hoy siguen ocupando
 los descendientes del promotor 
—tuvo seis hijos— en las seis plantas superiores. Los tres primeros pisos
 también sirvieron para acoger distintos negocios en los años noventa,
 desde una inmobiliaria o despachos de abogados, a una empresa 
de diseño, y todavía hoy son espacios comerciales. En la 
actualidad, y después de que Antonio Uría hijo mantuviera 
allí una zapatería y una entidad bancaria lo alquilara
 como sucursal, el bajo y la entreplanta vuelven a estar vacíos.
Otra cosa es que el sobrenombre del edificio sobre el que se levantó, 
o el accidente dantesco de 1971 hayan recalentado la imaginación
 de muchos ponferradinos. Porque la familia también niega, a pesar 
de lo que afirmaban esta primavera desde el Ayuntamiento y la 
Confederación Hidrográfica del Miño Sil, que haya mantenido
 un litigio para evitar la expropiación de la azotea donde está instalada
 desde el mes de abril una de las alarmas que deben avisar de la rotura
 de la presa de Bárcena. El que fue icono de una ciudad que ya no existe 
se ha convertido así en el guardián que, desde lo alto de sus 
nueve plantas, vela para que la Ponferrada del siglo XXI no desaparezca.

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