Susana Díaz anda ocupada en conservar la poltrona con el apoyo de Podemos, y el asturiano Javier Fernández ha tirado la toalla
La primera vez que Pedro Sánchez intentó recrear el frente popular, su propio partido puso pie en pared y cortó de cuajo ese afán enfermizo de encumbramiento, tan dudosamente democrático como dañino para el interés general. No ha pasado mucho tiempo desde entonces. Ni siquiera una legislatura completa. El suficiente, no obstante, para liquidar los mecanismos defensivos del socialismo constitucional, eliminar cualquier resquicio de escrúpulo que pudiera suponer un obstáculo al reparto de cargos y prebendas, privar de sentido alguno la S y la E que conservan las siglas de la formación, desvinculada por completo de la O, y certificar la gran verdad contenida en la célebre cita de lord Acton: «El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente». La vertiente puramente monetaria de esa afirmación es sobradamente conocida por los españoles, afecta a todos los grupos que han manejado presupuestos públicos, empezando por los nacionalistas expertos en acusarnos a los demás de robarles, y ha sido denunciada hasta la saciedad. Ahora nos adentramos en un terreno podrido infinitamente más peligroso. No hablamos ya de que un político corrupto se apropie del dinero ajeno, sino de que el presidente del Gobierno venda por parcelas la soberanía común a los enemigos de España y entregue los mandos de la economía, es decir, de nuestro futuro, a una minoría populista cuyos líderes han contribuido decisiva y orgullosamente al hundimiento de Venezuela. Hablamos de ruina material y moral. Hablamos de algo quién sabe si irreversible.
Volviendo a la pregunta que yo misma formulaba en el arranque de esta columna, la respuesta es, por tanto, no. Aparentemente no queda un socialista español entre nosotros. Y si queda alguno, está escondido, silenciado, aferrado al pesebre que lo nutre o demasiado asustado para alzar la voz ante lo que se nos viene encima.
La primera vez que Pedro Sánchez se echó en brazos de Pablo Iglesias, dispuesto a hincar la rodilla ante Junqueras, Puigdemont (en aquel entonces todavía no había huido escondido en el maletero de un coche), Ortuzar y Otegi, con tal de llegar a La Moncloa, el Comité Federal del PSOE le obligó a dar marcha atrás. Alfredo Pérez Rubalcaba calificó con acierto el engendro como «gobierno Frankenstein», Susana Díez hizo valer toda la fuerza del socialismo andaluz en el afán de impedir la consumación de semejante pacto de perdedores, y el asturiano Javier Fernández impuso en las filas del puño y la rosa la sensatez que le caracteriza. Hoy ninguno de los tres plantea objeción alguna a las andanzas del reprobado. Tampoco lo hacen los líderes de Extremadura, Castilla-La Mancha o Aragón, temerosos de perder el favor del caudillo resucitado merced al favor de las bases. La lideresa del sur anda ocupada en conservar la poltrona y sabe que, para tener alguna posibilidad de lograrlo, habrá de apoyarse en Podemos, toda vez que Ciudadanos no volverá a ser su muleta. El poder tiende a corromper... y el morado que ayer parecía un color espantoso cobra de pronto el matiz de una tonalidad hermosa. Como decía el genial Groucho Marx: «Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros». En cuanto al veterano presidente del Principado, es de suponer que ha tirado la toalla. Ha desistido. Se ha rendido a la evidencia de que el PSOE ya no es el PSOE y carece de energías para dar otra batalla. Se va de la escena callado, por lealtad a las siglas, dando por perdida buena parte de aquello a lo que ha dedicado su vida.
Lo dicho; el socialismo español ha muerto. ¡Viva el frente popular!.Isabel San Sebastián
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