Compartimos el lamento, pero no vemos la solución
De mis familiares que todavía vivieron la ancestral aldea gallega me llegaron dos versiones. Unos añoraban aquel mundo rural y lo recreaban como si se tratase de un edén pastoril de Petrarca. Hasta el pan de maíz les parecía una delicia (cuando se comía por carestía del de trigo, que era el bueno). Otros, en cambio, renegaban por completo. Retrataban un universo repetitivo, pobre y carente de oportunidades. Bendecían el día en que habían emigrado a una gran urbe. Puede que ambos tuviese parte de razón.
Personalmente me encantan el contorno natural y el ritmo lento de pueblos y urbes chicas... Pero nunca más de seis días. El progreso de la humanidad ha venido de las ciudades, del intercambio de ideas que propician, de las inquietudes intelectuales que se suscitaron cuando emergió una burguesía con las necesidades más básicas resueltas. Y de los intercambios comerciales, las grandes universidades, la arribada de extranjeros con ideas diferentes, las charlas en los cafés (un ensayo excelente vincula la introducción del café en Europa con el alumbramiento de la Ilustración, pues antes la bebida regular era la cerveza, con la consiguiente neblina mental).
Mañana en Madrid habrá una gran manifestación en defensa de «La España vacía». Los convocantes hablan del 70% de la superficie del país, 29 provincias, que languidecen olvidadas y exangües por su ocaso demográfico. Tienen razón. La pujanza de España se concentra hoy en Madrid y el litoral, con un modelo de país hemipléjico, que ha olvidado su vocación atlántica -donde se hizo grande- para pasarse al monocultivo mediterráneo (sin que algunos de los beneficiados lo hayan agradecido, pues han respondido al apoyo estatal con un victimismo insufrible y exigencias xenófobas de ruptura). Muchas provincias parecen desiertos verdes. Solo las recordamos cuando se registra un suceso escabroso o toca fugarse en un puente.
Compartiendo la queja de la manifestación, somos más pesimistas que sus convocantes, que reclaman «un pacto de Estado» para que se inicie «un proceso de repoblación y reinvención de la España vacía». La demanda parece utópica. El Estado no revertirá esa tendencia. Los hijos que se han ido de Zamora, Ciudad Real, Ferrol... no volverán, por una sencilla razón: no existen las oportunidades de empleo a las que aspiran (si es que hay alguna). Y no las traerá el Estado, porque el empleo, aunque en España nos resistimos a entenderlo, lo crean las empresas, que demandan una oferta amplia de personal bien formado, excelentes comunicaciones y un entorno motivador para sus empleados. El mundo del futuro es el de grandes urbes que operan como enclaves globales («hubs», dicho en pedante). Ahí es donde ocurren las cosas, donde se arracima la ciencia puntera, el nuevo arte, las factorías audiovisuales, donde se afincan los grandes medios y se crea la opinión pública y política. Internet da una nueva esperanza a la España vacía, porque hoy se puede trabajar desde cualquier sitio. Pero me temo que la población ya no volverá a unas aldeas, pueblos y ciudades que por desgracia han perdido el tren. Duele. Pero es así.....Luis Ventoso.
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