Los treinta grados perennes de este junio resultan plomizos. Pero casi los supera nuestro contumaz Sánchez. Sobredosis de clichés gastados, a lo Barrio Sésamo del progresismo. Ausencia de proyecto económico. Delirios metafísicos y felones con su país, como la «nación de naciones» (cualquier día, en una metamorfosis a lo Kafka, temo despertarme transmutado en un «periodista de periodistas», con mi mano izquierda independizándose del resto de mi anatomía para escribir panegíricos de Raúl en el Granma). El único programa de Sánchez: asco patológico a Rajoy y sed de vendetta, porque lo goleó dos veces (la última vez se quedó a 52 escaños, tras empeorar su resultado anterior, que era ya de dimisión inmediata).
Claro que existen argumentos para una crítica elaborada al Gobierno. Su lacerante olvido de las clases medias. La ausencia de políticas decididas de ayuda a las familias para revertir nuestro pavoroso horizonte demográfico. Su modelo fiscal, que poco más liberal es que el de Jeremy Corbyn, pues ni creciendo España al 3,5% asumen una bajada de impuestos que ponga nuestro dinero en nuestros bolsillos. Un estoicismo a lo don Tancredo ante el golpismo separatista, que puede acabar mal. Un ministro de Hacienda que ahí sigue, tras ser gravísimamente desautorizado por una sentencia del TC. La corrupción (aunque ahí el PSOE y UGT también pueden impartir un máster). Pero Sánchez no encara nada de eso con propuestas alternativas bien articuladas, con sentido de Estado y altura de miras. Su único plan es lanzarse a plagiar las malas mañas del alumno más torpe y tramposo de la clase: Podemos.
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MRF
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