Las protestas iban en contra del Monarca que encarna la Corona de España, Felipe VI
La izquierda agreste española, en el poder, organizó la pasada noche una delirante cacerolada supuestamente en contra del discurso del Rey Felipe VI. Era el segundo de los discursos del Rey fuera de programa. El primero escoció de forma notable tanto a independentistas como a populistas de diferente jaez: cuando el derribo del Estado estaba en marcha mediante la acción de unos y la contemplación de otros, el manotazo sobre la mesa del Jefe del Estado insufló de aire a la España constitucional y permitió que tomaran aire los que seguían creyendo en este viejo país tan dado a las autodestrucciones. Antier, con menos épica pero semejante intención, el Rey quiso escenificar su apuesta por dos elementos esencialmente precisos para
los tiempos que corren: esperanza y unidad. No resulta sencillo hacerlos prácticos cuando su gobierno está formado por un sectario incompetente al frente, con el que no hay nada que hacer, y una suerte de aprovechateguis en la retaguardia; pero lo hizo cumpliendo su deber y bien estuvo. A la misma hora que enviaba un mensaje a los españoles, parte del Gobierno de España, y así hay que señalarlo, se asomaba a los balcones a hacer sonar cacerolas en su contra. Que nadie se engañe: las protestas en contra de una supuesta acumulación monetaria del Rey Don Juan Carlos, de la que solo hay constancia por titulares de algún medio británico, no estaban dirigidas a la figura del Rey que abdicara años atrás, sino que iban en contra del Monarca que encarna la Corona de España, Felipe VI. El objetivo a conseguir no es la infantil proclama de fondos para la sanidad española, sino la estabilidad de la institución que permite tener, hoy en día, un régimen estable merced a la garantía democrática que brinda un líder sólido como Felipe de Borbón. Aquí ya somos lo suficientemente mayores como para conocernos todos, y a estas alturas no vamos a andar con disimulos para señalar quiénes están por la desestabilización del bienestar de los españoles. El Gobierno de España está formado, no se sabe por cuánto tiempo, por un bloque de ministros adecuadamente constitucionales y una banda asamblearia de voluntariosos enemigos del Estado infantilmente amparados por uno de los más inexplicables líderes de la izquierda nacional, de nombre Pedro Sánchez. Todo lo que los socios del PSOE pongan en marcha a lo largo de estos días, lo será gracias a la inacción o el agrado del descompuesto presidente del Gobierno de España.
La crisis severa que supone la llegada del virus chino ha sorprendido a España con una formación gubernamental en la que tres o cuatro miembros saben medianamente de lo que hablan -Robles, Calviño y alguno más- y una banda adyacente de cuatreros que son capaces de desequilibrar al país aprovechando que la fiebre pasa por la calle. Algo semejante ocurrió con la crisis desatada después de la caída de Lehman Brothers: un miserable oportunista, mediocre y absurdo, como Artur Mas, vio su momento de gloria para reclamar ventajas insolidarias para su terruño -y ahí sigue, por cierto, como si nada-. Ese paso llevó a la Cataluña de los corrientes a la descomposición que hoy escenifica el perfectamente descriptible Torra y toda la patulea que le acompaña. Este nuevo episodio de hogaño lo han interpretado de similar manera los tardocomunistas del populismo español: ahora es el momento para desestabilizar el Estado, para destruirlo tal y como lo conocemos. Todo lo que no sea desarbolar sus maniobras por parte de quien teóricamente manda en ese Gobierno, por llamarlo de alguna manera, será colaborar en esa maniobra. Un virus puede comernos parte de nuestra salud colectiva, pero la no observación de las actuaciones de la mitad pestilente del Gobierno de España puede pagarse, incluso, con un precio más alto aún que el de la enfermedad pública......Carlos Herrera
No hay comentarios:
Publicar un comentario