Un orgullo vivir en un país donde los ancianos no son desechables
Uno: Por edad, me dio tiempo a atisbar como ojeador ocasional los últimos días de la aldea gallega ancestral. Un mundo remoto. Vidas no demasiado disímiles de las de sus ancestros medievales, o del coro de las Comedias Bárbaras del genio Valle-Inclán. Los vahos del ganado estabulado en la cuadra -«a corte»- templaban las camas rudimentarias del piso alto. Ni luz ni electrodomésticos. La familia se arracimaba en torno al fuego perpetuo de la lareira, donde la conversación sobre la vida vecinal y las fantasías supersticiosas y milagreras suponía el entretenimiento diario. No había circo de Mediaset para evadirse. Los viejos, los adultos y los niños se imbricaban en un clan irrompible. El mando -y la veneración- correspondían al abuelo,
muchas veces la matriarca de la familia. Ella disponía el plan de cultivos, cuándo se mataba una res o un gallo, la pequeña tala para comprar vestidos para la fiesta, o impartía órdenes para dar limosna a los mendicantes de paso. Un mundo pobre y duro, pero conocí a viejos aldeanos trasvasados a la ciudad que languidecían de añoranza....
Dos: Al acabar la guerra de Afganistán, charlé en Kabul con un militar español allí destinado, hoy teniente general al mando de la UME, tan sensacional estos días. El militar me situó en la mirada de los afganos. Me explicó que su orden de valores es otro, que para ellos un anciano es más importante que un niño, porque es una realidad llena de saber, mientras que el pequeño es solo un proyecto.
Tres: Una vez pasé un domingo de estío en la ciudad holandesa de Leiden, de 123.000 habitantes. Allí nació Rembrandt y de su universidad han salido cinco premios Nobel. Sus canales parecen de cuento. Los vecinos navegaban en sus motoras de casco bruñido, bebiendo espumoso y cervezas, picoteando viandas. Terrazas llenas de animación. El urbanismo era perfecto y su Hortus Botanicus, una delicia umbría. El paraíso. Ahora el jefe de epidemiología del hospital de Leiden hace unas declaraciones sobre la saturación de las urgencias en España e Italia: «Ellos admiten a personas que nosotros no incluiríamos, porque son demasiado viejas. En sus culturas los ancianos tienen una posición muy diferente». El paraíso estaba podrido. En la vecina Bélgica, en Gante, la jefa de geriatría concuerda: «No traigan ancianos y pacientes débiles al hospital».
Cuatro: Nada más absurdo que la glorificación de la juventud, que es un soplo efímero, y el desprecio de la ancianidad, que si tenemos suerte es el futuro que nos aguarda a todos. Quiero seguir leyendo a John Banville (74), a Richard Ford (76) y a Vargas Llosa (84). Ver películas nuevas de Judi Dench (85) y escuchar la voz de Judy Collins (80). Admirar los acordes sintéticos de Keith Richards (76) y su capacidad de beberse hasta el Támesis. Y que suene el piano de Joaquín Achúcarro (87), y leer a los sabios Carrascal (89) y Guy Sorman (76), porque el conocimiento camina cojo sin la muleta de la experiencia.
Es un orgullo ser español, un país donde los ancianos no son todavía objetos desechables. Nos dieron todo lo que somos y ahora no los vamos a dejar tirados. Si lo hiciésemos, solo seríamos otra sociedad opulenta de alma devastada......Luis Ventoso
No hay comentarios:
Publicar un comentario