No Al Olvido

domingo, 2 de junio de 2019

# El escriba sentado.. Lasexta vs la Secta..Videos 2 ...!!!!


El libro de Martín Prieto sobre el juicio de Tejero debería servir de modelo en cualquier enseñanza de periodismo serio

Cuando Cuartango, Arcadi o Pablo Ordaz recopilen en libros las excelentes crónicas sobre el juicio del procés que están escribiendo, los pondré en mi biblioteca junto al volumen en que Martín Prieto reunió su relato para El País del Consejo de Guerra que juzgó el cuartelazo del 23 de febrero. Se llama «Técnica de un golpe de Estado», título prestado de Curzio Malaparte, y debería servir de modelo en cualquier facultad que aspire a enseñar periodismo serio. Es un paradigma de precisión narrativa, manejo de fuentes, detallismo ambiental y claridad de conceptos; un texto esencial, de escritura limpia y estilo terso, que por sí solo eleva a su autor a la categoría de maestro. MP se la ganó además con otros muchos méritos, en diferentes destinos y cabeceras y en el cultivo de géneros diversos, desde el artículo al reportaje, desde la jefatura de información a la corresponsalía en el extranjero. El polémico tertuliano y columnista en que se convirtió en sus últimos tiempos era sólo el final del recorrido de un periodista monumental, brillante, culto, versátil y completo.
A finales de los ochenta, cuando volvió del Cono Sur -inolvidables sus trabajos sobre las caceroladas contra Pinochet y sobre la causa contra los militares argentinos- rompió con acritud con su periódico de siempre y con Felipe González, del que había sido amigo bastante íntimo. En Diario16 y en El Mundo formó con Umbral, Burgos y Raúl del Pozo un imbatible cuarteto articulístico, y con Luis del Olmo, Herrero y Martín Ferrand renovó los formatos de opinión en el medio radiofónico y televisivo. Una vez me contó que en Buenos Aires se había acostumbrado a dormir con el transistor encendido, metáfora real del sentido de la vigilia con que se tomaba el oficio. El instinto implacable de la tribu.
Tras la gran bronca de desgaste que supuso la etapa terminal del felipismo devino en una especie de buda de humor imprevisible y cuerpo pesado que solía derrumbar en un sillón durante los cócteles cortesanos. Nunca fue fácil de tratar porque gastaba talante de lobo estepario y lo mismo ejercía de conversador formidable que se envolvía en cierta hosquedad de misántropo. En una ocasión desapareció sin dejar rastro y, como estaba amenazado por ETA y había tenido con las juventudes batasunas un célebre encontronazo, durante unas horas provocó en la profesión un ataque de pánico. Él era así, individualista, visceral, ácido, directo y bizarro. También escéptico ante la política y el poder, refractario a la corrección biempensante, blindado ante el halago; para proteger su libertad de criterio se había confeccionado un disfraz de huraño. Su gran lección fue la de no permitir jamás influencias ajenas, de nada ni de nadie, cuando se sentaba al teclado. Había aprendido, como Montanelli, que la independencia de un periodista reside, en última instancia, en «sue palle»: en sus redaños.....Ignacio Camacho

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