Lo que le faltaba al «procés» era la intervención de ese gran estadista leonés llamado José Luis Rodríguez Zapatero, que en mala hora abandonó el oficio de «contador de nubes» al que prometió dedicarse una vez saliera de La Moncloa tras dejar el país para el arrastre, porque en cuanto él fija su atención en un asunto los problemas empiezan a agigantarse. Ocurrió en Venezuela, donde con su mediación (siempre a favor del chavismo, nunca de la oposición) las cosas pasaron de estar muy mal a estar muchísimo peor. Por eso se agradecía su silente actitud respecto al problema separatista que, cuán ingenuos éramos, quizá achacábamos a un ataque de vergüenza propia pues no en vano, con su irresponsable gestión de aquel Estatuto catalán que resultó ser inconstitucional, fue él quien abrió la puerta al formidable lío del presente.
Pero no, ya le tenemos aquí enredando de nuevo, liando todo un poco más y poniendo su granito de arena para que el embrollo del lazo sea un poco más agudo. Ayer pidió a los magistrados del Tribunal Supremo que su sentencia «no comprometa el diálogo», en lo que supone una intromisión incalificable en la labor de los jueces. Y ya lanzado, y por si la cosa se pone fea para los reos, dijo estar a favor de que el Gobierno de Sánchez valore un posible indulto para unos individuos acusados de gravísimos delitos contra el Estado, no de robar cuatro gallinas en una masía de Gerona. «Y no digo más sobre el asunto -remató- para que no me digan: ya está aquí este listo». Descuide que nadie dirá eso.
Muy mala noticia supone que Zapatero quiera involucrarse a fondo en encontrar una solución a algo, lo que sea. No solo por el mencionado currículum de fracasos estrepitosos que presenta en su actividad como mediador, sino porque es evidente que supone una intromisión en una tarea que en la esfera penal corresponde a los jueces del Tribunal Supremo, y en la política, al Gobierno de España y a sus Cortes Generales. Su conversación telefónica con el preso Junqueras supera su pamplinera condición de «militante del diálogo y el entendimiento con Cataluña», supone una injerencia lamentable que consolida su papel de engreído metomentodo (qué boda sin la tía Juana) que ha olvidado el rol institucional, residual pero innegable, que conservan quienes han ocupado la segunda magistratura del Estado. Con él empezó todo y con él puede que ahora nos comiencen a crecer los enanos del circo que él y Artur Mas inauguraron hace ya trece años.....Álvaro Martínez
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