Todo empezó en Galapagar y cuando digo todo me refiero a la libertad. La mayor amenaza totalitaria que España ha sufrido desde Pasionaria empezó a desvanecerse el día que Irene y Pablo cayeron en la trampa que el capitalismo le pone a la revolución. Es una trampa simple, conocida, combatida, despreciada pero a la que nadie escapa: se llama propiedad privada.
«Una casa infinita, un pedazo de gloria. Así fue nuestra historia, así fue nuestro amor», Mocedades lo canta. Y así fue, también, que los Iglesias tuvieron algo que proteger, alguien de quien cuidar, y el Cielo bajó a la Tierra y les tomó por sobresalto, al que magníficamente han respondido siendo unos excelentes y atentísimos padres. La propiedad privada. La sagrada familia. Y la inflamación podemita empezó a remitir y Pedro Sánchez va a darle el tiro de gracia de gobernar en solitario.
Os hemos ganado con Dios y con una casa. La libertad se ha salvado con su mejor guerrero y con su mejor arma, y ya sólo podéis hacer viñetas de Heidi despeñando a Echenique por un barranco, una viñeta que si la llego a colgar yo, me mandáis a vuestro ejército de hienas en nombre de una compasión que nunca tenéis cuando venimos a reclamárosla.
Hacía tiempo que no podíamos celebrar una tan boyante victoria del sistema. La maestría con que el juez Marchena nos ha recordado que somos una democracia garantista y moderna; y el derrumbe de Podemos han ahuyentado la retórica noventayochista de los cenizos y España puede estar orgullosa de sus resortes, de su capacidad para sobreponerse a las más retorcidas amenazas y de haberlo hecho del modo más inteligente y brillante.
Es verdad que aún tenemos problemas, y que siempre los tendremos, como cualquier cuerpo vivo, personal o colectivo. Pero es más cierto que cada país demuestra su vitalidad y su vigencia cuando se enfrenta a sus abismos, a sus fantasmas, a lo que le duele, y España ha sabido hacerlo admirablemente, comportándose en cada momento como una potencia justa, homologable y moderna, sin dejarse impresionar ni por el buenismo ni por la ira.
Estamos tan exaltados, tan mareados y tan preocupados por ver qué otra sandez convertimos en nuestro nuevo «derecho adquirido», que nos pasan inadvertidos nuestros mayores logros. El modo en que España ha reducido a los marqueses de Galapagar a su propia caricatura folklórica, y el modo en que ha administrado el golpe de Estado en Cataluña han sido nuestra Segunda Transición, confirmados ya como un Estado de pleno Derecho, eficaz y solvente, firme en su ordenamiento jurídico pero sin olvidar nunca la ternura con todos y cada uno de sus hijos...Salvador Sostres
No hay comentarios:
Publicar un comentario