Al adanismo de Sánchez le ha sobrevenido el chorreo corrector de la UE en la persona de Moscovici y finalmente el bravo secretario general ha reconsiderado su apretón intelectual del miércoles.
Hace ná y menos, un portavoz del PSOE instaba a que se considerase el Acuerdo con Canadá (CETA) como una forma de oposición indudable a que existiese carta blanca para el populismo europeo, fuera de derechas o de izquierdas.
Canadá es, por lo que se ve, un país progresista en el que se puede confiar y con el que se puede llegar a acuerdos progresistas sobre el bienestar de los trabajadores y su participación en el derrame de beneficios de las empresas.
Cuando menos lo era hasta el martes. Ignoro el debate intenso que hubo en esas horas críticas de la semana, pero quiero imaginar que en la sala de máquinas ideológica del PSOE se discutió hasta bien entrada la madrugada la conveniencia del apoyo a un acuerdo que podía «concentrar más poder en grandes corporaciones a costa de derechos» (supongo que laborales y sociales).
Menudo debate tuvo que ser ese. Ya estoy viendo a los defensores encendidos de la lucha contra el populismo proteccionista que recorre Europa y América frente a los partidarios de sumarse al criterio sanamente izquierdista de aquellos que creen conveniente seguir los dictados de Podemos.
Venga argumentos a favor y venga argumentos en contra, toma por aquí, toma por allá, que mira este balance, que mira este estadillo, que esto no conviene, que esto es lo mejor...
Total: en pocas horas y tras sesudas consideraciones en las que primaba el interés elemental de los españoles, el sanchismo decidió reconvertir su parecer y abjurar del acuerdo con Canadá. Vía Twitter, como Donald Trump.
Esa veleta llamada Pedro Sánchez volvió a rendir un sincero homenaje a dos de sus características elementales: la levedad y la inconsistencia.
En virtud del seguidismo de Podemos, que le tiene totalmente comida la voluntad, el socialismo de cuño actual le hizo un pequeño guiño a la antiglobalización alineándose con los más radicales y populistas de la Unión Europea, extremistas de derecha e izquierda que se oponen a cualquier tipo de liberalización de mercados.
Es verdad que la historia enseña situaciones contradictorias acerca del progreso de los países en función de su comercio exterior: lo que fue bueno en el siglo XIX para Europa no lo fue en el XX para América del Norte, y hoy en día, en sociedades abiertas e intercomunicadas hasta el delirio, ignoramos a ciencia cierta dónde colocar algunas limitaciones en el caso de que fueran necesarias. Pero ello no obsta para que el debate imprescindible en el seno de los partidos políticos dependa de algo más que de la búsqueda de un puñado de votos prestados o robados.
Sánchez, ese fenómeno que a diario sorprende hasta al más aventurado de los cronistas, obra mediante impulsos difícilmente explicables desquiciando completamente a su partido, que hoy defiende en el Congreso una cosa y mañana deberá defender lo contrario.
Que a estas alturas del partido, todo un PSOE actúe condicionado por las invectivas y aseveraciones de los cavernícolas de Podemos, los cuales le obligan a posicionarse como «izquierda» fetén, demuestra que la izquierda antaño socialdemócrata ha perdido todas las brújulas que le llevaron a ser partido de gobierno.
Toda esta opereta hace creer que si hoy hubiera que decidir nuestro ingreso en la Unión Europea, la que se operó en el 85 y más tarde en Maastrich y el euro, toda esta pandilla sería capaz de votar que no. Cuando les aflora el alma proteccionista y menorera son imprevisibles.
¡Ay, Señor! ¡Tanto aspaviento para acabar pareciéndose a Donad Trump!
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MRF
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