Helmut Kohl es de los muy pocos elegidos en la historia a los que se puede atribuir un papel personal decisivo en un cambio fundamental en la historia de su país, de Europa y del mundo. Fue en los años 1989 y 1990 en los que alcanzó esa gloria y por la que Alemania jamás podrá explicarse sin su nombre. Fue entonces cuando esa mejor fórmula de cordialidad, firmeza y persuasión logró sus milagros negociadores, el mayor de ellos conseguir que la Unión Soviética aceptara una Alemania unida miembro de la OTAN. Los encuentros de Kohl con Gorbachov son momentos milagrosos en la historia europea. Kohl, católico, doctor en historia y joven soldado a los quince años en las postrimerías de la guerra hitleriana, conoció el infierno nazi, las ruinas y la ocupación. Y entendió llegado el momento como pocos la pulsión de la libertad que se desencadenó en el este de Europa a partir de los sucesos de Polonia de 1981 y la llegada ello reformista Gorbachov en 1995.
Los regímenes en el este de Europa comenzaron a tambalearse y en 1989 cayeron uno tras otro, en noviembre también el muro de Berlín. Entonces jugó fuerte y mostró una decisión titánica y unos nervios de acero que pocos habrían tenido. Y se hizo el cambio de moneda de uno a uno y mientras algunos todavía hablaban de dos estados alemanes que convivieran en Europa, Kohl logró imponer la voluntad de «Wir sind ein Volk». Kohl consiguió lo que él quería y otros muchos creían imposible. Y que hoy sería otra vez impensable. Kohl fue además el gran europeísta convencido, como último canciller que conoció la guerra, de que Alemania debía supeditar siempre sus intereses al proyecto europeo. Hoy estaría definitivamente fuera de juego. Fue un gran defensor y amigo de España. Conmueve aun hoy el recuerdo de sus palabras al recibir en Yuste el Premio Carlos V.
Dicen que cuando era joven, este renano grande y tosco parecía indeciso y fácil de manejar o engañar. Tuvo mil ocasiones de demostrar lo equivocados que estaban quienes eso creían. Antes de los 40 era presidente del estado de Renania Westfalia. Lo fue siete años hasta ir al pulso por el liderazgo de la CDU/CSU con Franz Josef Strauss, dejar perder a este y conseguir en 1982 forjar una alianza con el liberal Hans Dietrich Genscher y acabar así con la era socialdemócrata de Willy Brandt y Helmut Schmidt. Con sus rivales dentro y fuera del partido siempre fue implacable. En eso legó sus mañas a Angela Merkel, a la que él aupó marginando a todos sus pretendidos delfines.
Ganó por supuesto las elecciones en 1990 con la reunificación y las volvió a ganar en 1994, pero para entonces el papel estelar del estadista y padre de la patria ya no servía para las prosaicas tareas de gobernar un país que sufría la crisis del inmenso esfuerzo de la anexión de un estado comunista en ruinas. Triste fue su salida y sus últimos años. Su negativa colaborar en esclarecer el escándalo de financiación ilegal de la CDU, el suicidio de su mujer Hannelore, el rechazo de sus hijos a su nueva mujer que era su secretaria, un conflicto sobre sus memorias, y su cada vez más precaria salud marcaron con pesadumbre a Kohl desde su retirada. Kohl muere lejos del siglo en el que justamente logró para él la máxima gloria y para Alemania la realización de su gran sueño, la superación de la gran cicatriz de la guerra que era la división.
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MRF
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