No Al Olvido

martes, 6 de junio de 2017

ABC cae en la trampa de las ultrafeministas y se suma a la campaña contra el 'síndrome de los cojones grandes' ¿Qué es lo próximo que nos tiene preparado ABC? ¿Sumarse a la campaña para criar hijos en tribu?...!!!!



Poco puede hacerse contra la estupidez cuando quienes tienen que combatirla caen en sus trampas. El feminismo radical, en su lucha incansable contra el heteropatriarcado, se la tiene jurada a lo que denominan el 'síndrome de los cojones grandes', más conocido como el 'despatarre' masculino.--La vida sexual según la izquierda radical: vivir en tribu, sin tampones y ojo con abrir las piernas en el metro--
Y nada menos que el ABC se suma alegremente a su campaña "contra una práctica no por habitual menos molesta y antisocial: es el llamado «manspreading», que en castellano podría traducirse como «despatarre masculino»". Algo que las ultrafeministas atribuyen al machismo.
"Esa costumbre que tienen algunas personas -muchas veces hombres- de abrir exageradamente las piernas cuando se sientan puede ser muy cómodo en el sofá de casa, pero no lo es para quienes tienen que compartir asiento en un banco corrido del Metro, por ejemplo", nos advierte ABC. --Madrid, contra el despatarre en el Metro--

¿Qué es lo próximo que nos tiene preparado ABC? ¿Sumarse a la campaña para criar hijos en tribu como pretende Anna Gabriel? ¿Dejar de utilizar tampones para volver a lo que usaban nuestras abuelas como exige la CUP de Manresa? ¿Hacer cempaña contra la 'penetración' en las relaciones sexuales como pretende Beatriz Gimeno, diputada de Podemos a la Comunidad de Madrid?
Por caridad cristiana, les recordaremos una columna fantástica de Hugues publicada el 11 de mayo de 2017 contra la estupidez de la ultraizquierda a la que ahora ABC le hace el caldo gordo.
COLUMNA DE HUGHES / MICROMACHISMOS

Cazar machismos, nuevo pasatiempo intelectual Antes había pocas feministas. Estaba Cristina Almeida y alguna más. Y era como si vigilase una sola mujer de vez en cuando; bastaba con comportarse un rato. Ahora no. Ahora internet y los periódicos y radios están llenos de sensibilidades feministas que forman como un gran Observatorio del Género. Son como el observatorio del Teide del machismo.
Durante un tiempo hizo fortuna la expresión «micromachismo», que sonaba bien porque era como denunciar deslices. Pero al final no se era nunca micromachista; se era, simplemente, machista. El micromachismo no prosperó como categoría, y el concepto sirvió más bien para aumentar el grado de vigilancia. Fue como observar la realidad con lentes de aumento. El micromachismo era como el machismo a nivel de microbio. Convertir el machismo en vida microscópica. Somos machistas, nos venían a decir, a un nivel subatómico.
Cuando alguien es machista, ¿puede serlo solo un poco? Hay una escala para medir esto. Por ejemplo, si alguien es «comunista» se admite que lo sea ligeramente, que cierre el puño de uvas a peras. Que no llegue a Stalin. Pero si de alguien dicen que es «nazi» no lo es solo un poco, lo es del todo. Cuando llamamos a alguien «nazi» vamos hasta el final. Nunca le dicen a alguien: «Eres preliminarmente nazi, eres como la conciencia en crisis de Weimar».

Ahora está en juego esa polarización con el término machista. Cada vez más, un desliz sirve para ser considerado como hombre machista, como si se revelase el verdadero fondo de un ser humano.

-No te esfuerces, eres machista. No puedes evitarlo. Está en ti.

Es como una opción política que no has elegido, el liquidillo en el que chapotean tus neuronas (¡Liquidillo Frangelico!). Como si al analizarte el fondo del ojo fueran a ver allí a un Neandertal. O incluso algo peor: a un español del siglo pasado.

No hay nada que hacer. Si te dicen machista te meten en una lista invisible (pero que existe) a la que va gente sin remedio. Gente no reeducable. Esa lista es como una declaración de obsolescencia cultural. Serás tolerado hasta tu pronta retirada.

Porque el público femenino ha cambiado y ya no pasa una. Aplicado esto a la televisión el efecto es curioso y más bien positivo. En los últimos días se han denunciado «excesos» de Pablo Motos, de Risto Mejide, de un concursante de MasterChef que dijo tener la regla, o de Pérez-Reverte por su artículo no ficción-ficción en Casa Lucio. Ni hablar ya de clásicos como Cárdenas o Bertín Osborne.

El efecto es extraño. De todas las cosas que pueden denunciarse en ellos, ¿de verdad era el machismo la fundamental? Más bien no, pero es la que sirve. Es como cuando encerraron a Al Capone por no pagar impuestos. Risto Mejide escribió una vez «Eres mía miísima», y no se consideró punible.

A veces esto parece contradictorio porque a menudo son las mujeres las que han encumbrado a estos individuos. Han sido ellas, mujeres de otra generación. ¿O a quién responsabilizamos de lo de Bertín Osborne? Las mujeres deberían ponerse de acuerdo entre ellas, entre madres e hijas. Porque a la mayoría de esos hombres los han colocado ellas donde están y también los sufrimos los demás varones.

Cuando uno de esos hombres habla de las mujeres muchas de ellas se sienten heridas, ultrajadas. Pues imaginen lo que es escucharles o leerles hablando sobre la virilidad, sobre ser-hombre cuando se es hombre. ¡Dan ganas de cortarse el pene!

En cualquier caso, estos hombres han sido siempre así, incluso peor, y la que ha cambiado ha sido España. Es como si una generación entera hubiese aprendido la palabra «cosificar», y estuviéramos importando la susceptibilidad de las universidades americanas décadas después, pero sin mujeres negras que relativicen el victimismo de las españolas. No hay un asunto de raza que modere el del sexo. No hay límite. No hay un segmento social que les diga a las mujeres cosificadas que se tapen un poco.

Porque hay algo todavía artificial. Hay algo raro en que juzguen España o a «españolidades» como Pablo Motos (Pablo Motos como concepto) por ese único rasgo. La generación que se escandaliza por esto es la misma que meterá en la RAE otra acepción de la palabra «empotrador» (lo hará Reverte, supongo). Las quejas de las mujeres son completamente entendibles, pero en ellas hay como una mirada deliberadamente fragmentaria. Como si de repente decidieran ver la televisión con ojos de universitaria noruega y desde un solo punto de vista. ¿Qué país se creen que habitan? ¿Por qué no dan un respiro?

2.000 años de España han creado la palabra «calientapollas» y a Risto Mejide. ¿Es completamente inesperado y escandaloso que ambos se junten en algún momento?
Además... ¿no es un poco pretencioso pretender no tener nada que ver en todo eso? Matías Prats o Joaquín Prat nunca dirían algo así, pero se optó por otro tipo de gente (sus modelos solo subsistieron en sus «juniors», como homenajes y como Transición televisiva) ¿Y por qué no molesta cuando las mujeres se dicen cosas mucho peores entre sí en un Gran Hermano o en Supervivientes?

Detectar machismos se ha convertido en una especie de pasatiempo intelectual. Las mujeres juegan ahora a cazar «machismos» como pokemons. Vivimos en la industria de la queja y se incorporan a ella como el primer público potencial. A veces, sin embargo, el machismo no es exactamente solo machismo. Puede ser mala educación, zafiedad, descortesía, cursilería, exhibicionismo o amarillismo. Cosas que ahora se resumen un poco forzadamente con esa etiqueta.

A muchas neofeministas lo que les molesta quizás no sea exactamente el «heteropatriarcado», sino lo mismo que a nosotros. Solo que ellas ahora todo lo llaman así, con el furor con el que se estrena un concepto.

Si las mujeres fueran hombres tendrían que soportar que alguien dijera eso de «cogérsela con papel de fumar». Por fortuna aún no hay expresión homologada.
http://www.periodistadigital.com/ 
MRF

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