Iglesias empieza a ser visto como el rostro de un fracaso sometido a las mismas tenazas judiciales que contribuyeron a la caída de Gobiernos
Tarde o temprano, Podemos se extinguirá ofuscado en uno de esos laberintos judiciales convertidos en lentas trituradoras de egos, currículos y carreras amputadas. Podemos nunca consintió aplicar a los demás la prevención de la mera sospecha sin pruebas. Siempre utilizó la presunción de inocencia como una condena preventiva que exigía destituciones ejemplarizantes. Aplicaba la guillotina del populismo sin procesamiento alguno, sin juicio previo, y sin derecho a una defensa justa.
Antes, cuando Podemos pretendía alcanzar el cielo por asalto, los partidos del poder, sobre todo esa iconografía diabólica de la derecha exaltada por Podemos, robaban porque las élites financieras estaban viciadas, y todos se protegían en el lodazal frente ese purismo de raza que impulsaba un regeneracionismo pulcro desde
las calles. Entonces, no había pan en España para tanto chorizo. Hoy, cuando Podemos es el poder, el corrupto de casta sigue siendo el otro, y Pablo Iglesias es solo la víctima de un sistema que conviene destruir solo porque le señala.
Pero el mensaje ya no se sostiene ni con un millón de «bots» pervirtiendo las redes sociales con incoherencias desmentidas por la hemeroteca. Podemos es hoy el mero argumentario de un victimismo sin anclaje alguno para ser creíble. Iglesias empieza a ser visto como el rostro de un fracaso sometido a las mismas tenazas judiciales que contribuyeron a la caída de Gobiernos. Ocurrió con Felipe González y más tarde con Mariano Rajoy.
Podemos se ha adocenado en el coche oficial, está encantado de conocerse en un despacho ministerial, se ha engolado de poder, y la soberbia le puede. Se construyó con el mismo material, y sobre los mismos vicios, que el resto de partidos, y creció surfeando una ola de simpatías y privilegios mediáticos como ningún otro partido en cuatro décadas. Pero siempre disimuló. Diseñó un guión ficticio para hacer creer que con el asamblearismo convertido en esencia de la democracia, Podemos nunca necesitaría cajas B, pagos en negro o sobresueldos ajenos al control público. Hoy ya ni siquiera se molesta en disimular y solo insulta la inteligencia de quienes les retratan como usureros de la política. Fueron especialistas en el montaje de juicios paralelos y modernizaron la pena de telediario hasta perfeccionarla. Ahora, son víctimas de su propia inconsistencia porque el andamiaje judicial empieza a delatar que nunca fueron químicamente puros. Y que el dinero… es el dinero.
La pregunta no es si hay visos de realidad penal en las acusaciones, sino si su electorado hará la vista gorda haciendo imperar ese criterio ideológico de superioridad moral con el que se alimenta. Las tragaderas de la izquierda populista siempre fueron generosas cuando el latrocinio lo cometían los suyos. Ahora la incógnita es saber hasta qué punto un auto judicial podrá también tumbar a Podemos, o si Iglesias ha vuelto a cambiar las reglas.Manuel Marín
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