Vivimos tiempos de confusión: en lugar de hablar de la catastrófica gestión de la pandemia, tanto desde el punto de vista sanitario como desde el económico, los medios se pasan el día jaleando las declaraciones de una comisionista de vida un tanto disoluta que no aporta prueba alguna para sostener sus acusaciones. En lugar de hablar de los numerosos frentes judiciales que acechan al socio minoritario del Gobierno que padecemos, los medios se precipitan a denunciar el supuesto escrache sufrido por el vicepresidente y la ministra del nepotismo junto a sus hijos. Escrache del que no hay ninguna prueba. Los ejemplos pueden ser muchos más porque la capacidad para la «agitprop» de este Gobierno sólo puede equipararse con la de
la Rusia soviética de hace exactamente cien años.
Hagamos una reflexión con una perspectiva histórica. Como ha recordado en ABC.es el exsenador navarro José Ignacio Palacios («El Rey Juan Carlos en la Almoneda» ABC.es 14-08-2020), es una vergüenza ver el destino final de las seis personas que a lo largo del siglo XX han ocupado la jefatura del Estado. El Rey Alfonso XIII se fue al exilio en 1931 y murió en Roma en 1941. Niceto Alcalá-Zamora presidió la II República Española entre 1931 y abril de 1936. El estallido de la guerra le encontró en Noruega y nunca volvió a España, muriendo en el exilio en Buenos Aires en 1949. Le sucedió en la Presidencia de la República, interinamente, entre abril y mayo de 1936, Diego Martínez Barrio. Tras la guerra fue presidente de la República en exilio y murió en París en 1962. El último presidente de la II República fue Manuel Azaña, que se exilió en febrero de 1939 y murió al año siguiente en Montauban, Francia. Así que, a día de hoy, el único ocupante de la jefatura del Estado en España durante el siglo XX que ha muerto en su país es el general Franco. El único que ejerció de dictador desde la jefatura del Estado. El otro dictador del siglo XX, el general Primo de Rivera, también murió en el exilio, pero sólo ejerció de jefe de Gobierno. En este contexto, ahora nos encontramos, una vez más, con la posibilidad -algunos creen que incluso es una probabilidad- de que el último titular de la jefatura del Estado en el siglo XX, el Rey Juan Carlos, también acabe muriendo allende nuestras fronteras para regocijo de quienes no pudiendo condenarle por vía judicial, vean triunfar la justicia popular en la que tanta fe tienen y a la que atribuyen un valor absoluto.
En el siglo XX, Francia tuvo 15 jefes de Estado diferentes, alguno de ellos, como Martínez Barrio en España, de forma transitoria. De todos ellos, sólo uno vive, Valery Giscard d’Estaing. ¿Lo adivinan? Ni uno sólo murió en el exilio. Esta comparación podría hacerse con otros países de la Unión Europea. Hay algunos en los que sí ha habido jefes de Estado muertos en el exilio. Las más de las veces, monarcas destronados como Humberto de Italia, el Duque de Windsor o Carlos de Austrohungría. Pero en todos los casos son excepciones dentro de una normalidad que pasa por morir en tu patria. En España la normalidad parece consistir en que si has ejercido la máxima magistratura de la nación tienes que morir en el exilio. Para no hacerlo hay que haber sido dictador durante casi cuarenta años. Y entonces, ya vendrán a sacarte de la tumba para evitar comparaciones que siempre son odiosas.
Queremos ser una democracia equiparable a las de nuestro entorno, pero estamos muy lejos de lograr serlo. Algo hemos hecho muy mal en el siglo XX. ¿Seguiremos haciéndolo mal en el siglo XXI?..Ramón Pérez-Maura
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