El pasado 11 de junio en las Cortes, Pablo Casado decidió rendir posiciones y abstenerse ante la decisión del Gobierno de retirar las condecoraciones otorgadas por el presidente Adolfo Suárez a Antonio González Pacheco «Billy el Niño» por haber logrado la liberación de dos secuestrados: el presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol, y el teniente general Emilio Villaescusa. Casado prefirió no dar la batalla por la Verdad y compró la mercancía putrefacta de Sánchez e Iglesias que hablaban de las medallas pensionadas de un policía torturador. No. Adolfo Suárez nunca condecoró a un torturador, pero esa fue la mercancía que validaron el presidente y el secretario general del PP. Desde ese día su relación con Adolfo Suárez
Illana, el hombre a cuyo lado entró Casado en el auditorio en el que fue elegido presidente del PP en 2018, no se ha recuperado.
El lunes vimos a Casado destituir a alguien que probablemente era en el PP la antítesis de Adolfo Suárez: Cayetana Álvarez de Toledo. Yo no he percibido a lo largo del último año que la portavoz parlamentaria del PP actuase de forma que me resultara sorprendente en nada. Ha sido exactamente la persona que todos conocíamos y a la que Casado quiso encomendar esas tareas. Ahora resulta que la fichó para que no fuese ella.
Esta derecha sin remedio camina en la dirección contraria a la que debería ser su destino: la unidad. Sánchez tiene garantizada la permanencia en La Moncloa porque el espacio alternativo está roto en dos partidos: el PP y Vox. Y Casado, en lugar de sumar, está dividiendo. Manuel Fraga puso los cimientos de la unidad del centro-derecha español que pudo cosechar José María Aznar. Lo hizo creando primero una coalición con unas maquetas de partidos democristiano -Partido Demócrata Popular- y liberal -Unión Liberal- a los que regaló escaños en las elecciones de 1986. Cuando el PDP traicionó a Fraga, cavó su propia tumba, porque todo el mundo vio su deslealtad y acabaron volviendo por la puerta de atrás: la víctima era Fraga. Hoy la víctima es Cayetana Álvarez de Toledo que es quien ha sido destituida. Tanto esa destitución como el alejamiento de Suárez ponen de manifiesto algo muy preocupante: la incapacidad para hacer del Partido Popular un imán que atraiga a todas las fuerzas que deben unirse para ser alternativa viable a la suma de socialistas, extrema izquierda y partidos promotores de la ruptura de España.
Yo soy el primero en sostener que las elecciones se ganan con un discurso centrista, no en los extremos. Así lo hizo José María Aznar en 1996, pero sin renunciar a tener dentro de sus filas a todo el espectro ideológico del centro-derecha. Tendiendo la mano. Porque cuando se aspira a ser simplemente el centro, se puede acabar como la UCD en 1982 frente al auge de Fraga. El paralelismo hoy es tan evidente que prefiero ahorrarme el explicarlo.
Y, por lo que pueda valer, no renuncio a contar un ejemplo personal, vivido en mi entorno familiar en las últimas horas. La destitución de Cayetana Álvarez de Toledo generó muchos comentarios el lunes por la tarde y la toma de posiciones ante la televisión a las 19.30 horas en espera de su comparecencia veinticinco minutos más tarde. La reacción fue muy reveladora: quienes han sido votantes del PP en algún momento mostraban su disgusto con la decisión. «Es increíble que echen a lo poco decente que tenían», me decía una joven de 24 años. En cambio, otra de 33, que nunca ha votado al PP y dudo que lo haga jamás, estaba encantada con la destitución. Pues eso......Ramón Pérez-Maura
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