Dentro de algunos años nos sorprenderá más nuestra reacción que el alcance real de la pandemia. Dudo que los que usan el insulto «negacionista» sepan qué significa, y dudo todavía más de que los judíos pudieran fiarse de ellos si el nazismo volviera. Al final un fanático es un fanático y dispara contra cualquier persona libre. Y hay una España fanática que el Covid ha excitado: los policías de los balcones, los delatores, los que porque le han recortado el sueldo o su hijo ha perdido el trabajo se sentirían mejor si el Congreso se quedara con la mitad de los diputados o el Gobierno con un tercio de los asesores, y encima tienen el poco sentido del ridículo de
decirlo. Conocimos la España de la delación en que de noche venían a buscar a tu padre por algo que la vecina del cuarto decía que había hecho. Conocimos la España de la saca y la checa, de la envidia convertida en odio y el odio convertido en cadáver abandonado en la cuenta. Los vecinos tenemos que conocernos, convivir, ayudarnos y querernos. Ante un delito flagrante tenemos que ayudar a la víctima, y hay héroes que se ponen ante el peligro y algunos pierden la vida. Pero espiar a nuestros vecinos, inmiscuirnos en su historial médico, apuntar lo que hacen en una libreta y acudir luego a la Policía, esto ya lo hicimos y fue la España más negra y humillada. Hallar consuelo en la desgracia ajena es de país que se muere de hambre, porque si las dificultades no te impulsan a mejorar, y te basta con que a otro le vaya aún peor, estás condenado, y merecidamente condenado, a acabar tus días en la más repugnante miseria. Cuando el tiempo pase y volvamos la vista atrás, nos sorprenderá más el encierro, y que lo aceptáramos con bovina mansedumbre, que el número de muertos; y también nos llamará poderosamente la atención que aún hoy pensemos que tenemos una magnífica sanidad pública cuando ha sido la más naufragante de Europa al ser puesta ante un gran reto. El reconocimiento a la actitud de entrega de médicos y sanitarios no nos puede enterrar en la ensoñación de que nuestra sanidad pública funciona, porque ahí están los pésimos resultados; y como en todos los problemas, reconocerlo es el primer paso para solucionarlo. También nos sorprenderá, cuando en la distancia nos observemos, el bajísimo nivel de la enseñanza pública, y la vergonzosa cobardía con que los sindicatos de maestros se han desentendido de nuestros hijos en la defensa de sus privilegios. La enseñanza pública española no es educación, es propaganda. No son valores, es lo que siempre ha llevado a los países y a las personas a la derrota. No es casualidad que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias formen nuestro gobierno, es un humillante fin de trayecto y cuando pase el tiempo ya ni siquiera nos sorprenderá que estuvierais tres meses sin trabajar y que luego exigierais hacer otros tantos de vacaciones, en lugar de ofreceros masivamente para recuperar el tiempo perdido. Tampoco la comedia que ahora estáis haciendo por la inminente «vuelta al cole», porque estamos ya tan acostumbrados a vuestro egoísmo, a vuestra holgazanería, a vuestra dejadez y a vuestra desidia que al recordar cómo erais y qué hicisteis nos diremos: «si nuestras hijas no salieron medio okupas o semipús es porque como padres fuimos unos genios»....
Salvador Sostres
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